Cuando leí el correo donde me invitaban a participar en TEDx sentí orgullo y pavor. Tengo muchos años hablando en público, lo disfruto, se que lo hago bien justamente porque me apasiona y me esmero en intentar transmitir un mensaje de manera asertiva, pero ser invitado por una plataforma como esta implica mucha responsabilidad.No solamente es hablar ante personas que adquieren un boleto para asistir al evento, es también saber que lo que digas será grabado y difundido en un canal de millones de seguidores, y sobre todo, que aquello que comuniques tendrá -o no- el poder de hacer un cambio profundo en el espectador.
Lo primero fue pensar en quién era el público a quien yo quería impactar y luego darle un título a ese mensaje. Me siento cómoda exponiendo ante defensores de los animales, es como hablar un mismo idioma y no es necesario salir de mi zona de confort. Sin embargo, creo que es más útil hacerlo ante quienes no han contemplado siquiera la idea de que la mayoría de nuestros hábitos de consumo tiene la posibilidad de quitar o salvar vidas.
Desde luego que podemos pensar que quien asiste a un evento llamado “Salón animal”, ya tiene algún tipo de interés por los animales, pero éste generalmente se centra en perros, a veces gatos, y aquellos que están en peligro de extinción. Había que hacer que ese público expandiera su interés hacia otras especies más explotadas y menos consideradas y en mi experiencia, hacerlo a través de la narrativa de las crueldades que les hacemos puede desalentar a quien te escucha, así que había que hablarles de una forma que los mantuviera en sintonía con lo que esas personas piensan de sí mismas, pues la mayoría dice gustar de los animales y en general se define como “buena gente”.
Como psicoterapeuta, la clave para hacer un buen trabajo con el paciente es mostrar empatía, pues esta habilidad nos permite compartir las perspectivas y emociones del otro, es una forma de formular preguntas para tratar de entender sin juzgar y crear nuevas formas de comunicación. Como activista, es además conocer más sobre ese ser con quien admito tener una conexión. Así que decidí precisamente hablar de empatía hacia los animales como un proceso revolucionario en nuestra manera de relacionarnos y desarrollarlo con la práctica, al mismo tiempo que describir algunos procedimientos habituales a los que se somete a los animales en la industria cárnica, entre otras.
El resultado fue muy satisfactorio. Después de los diez minutos que duró mi intervención, varias personas se acercaron a mi diciéndome que querían saber más acerca de cómo ayudar o respetar a los animales. El que recuerdo como más emotivo, fue el hombre extranjero quien se dirigió a mi en inglés y me dijo con lágrimas en los ojos que lo que expuse lo había hecho considerar seriamente su estilo de vida, se sentía profundamente conmovido por la relación entre las imágenes presentadas -que cuidando de no ser grotescas, mostraban la mirada y actitud de algunos animales cautivos que nos hacían sentir que ahí había seres con una personalidad, una emoción y un anhelo, por así decirlo, de no estar en esa situación- y lo que yo decía en torno al proceso empático. Mientras lo escuchaba a mí también se me llenaron los ojos de lágrimas y le agradecí sus palabras, diciéndole que su comentario valía toda la angustia o nerviosismo previo al evento. Y sí, cada vez que alguien me comparte que lo que digo o hago lo inspira a ver a los animales de otra manera, me doy por bien servida, es mi pago, mi compensación, el gozo profundo de saber que en esa toma de decisión hay la posibilidad de que miles de seres dejen de nacer para ser matados.
Siempre he sentido que lo que hago es más grande que yo, que todos nosotros, es un mensaje de justicia, de amor, de armonía universal que pasa a través del emisor, quien tiene la tarea de hacer bien su labor, y se deposita de manera fructífera o no en el interlocutor. Hablar para otros sobre aquello en lo que creemos, no es como muchos creen, un proselitismo fundamentalista, es quizá la urgencia de haber descubierto algo terrible y hermoso a la vez y quererlo compartir.
Porque esas vidas se extinguen por millones cada minuto y lo mejor que podemos hacer es usar el limitado tiempo que tenemos de interacción con el otro para invitarlo a ver, con los ojos que no entienden argumentos, sino verdades que el corazón había olvidado.