Cada vez que me enfrento al intento de salvar un árbol tengo la misma sensación de que una gran ola va a romper delante mío. Sólo me queda permitir que me revuelque y nadar después hacia la orilla.
Pero ahora no es sólo un árbol, son 850 que serán derribados para la construcción de la adecuación vial circuito bicentenario Mixcoac-Insurgentes, mejor conocida como “el deprimido Río Mixcoac”, así que más que una ola aislada es un tsunami.
No usaré este espacio para cuestionar un proyecto difuso que es parte de la llamada “gentrificación”, un proceso de transformación urbana en el que la población original de un sector o barrio deteriorado es progresivamente desplazada por otra de un mayor nivel adquisitivo a la vez que se renueva. Cabe mencionar que la zona donde se hará esta obra dista mucho de estar deteriorada, sino por el contrario es todavía uno de los mejores lugares para vivir de la Delegación Benito Juárez, destruida en parte por las constucciones irregulares y sin planificación que han abundado en los últimos 6 años de una mala administración caracterizada por la ambición de los funcionarios públicos. A los vecinos esta obra nos suena más bien un negocio de unos cuantos a costa de la calidad de vida de muchos.
Algunos ciudadanos de las colonias aledañas han organizado protestas, días de campo simultáneos con otra demarcación cuyos árboles también están amenazados, incluso han llegado a regar con cubetas el área verde que las autoridades han abandonado: sin aseo ni luminarias y dejando con toda mala intención sin riego para pretextar que se secó sola.
Más allá de los abusos de los gobernantes y de la falta de claridad del proyecto que supuestamente resolverá un problema de vialidad, pero paradójicamente viene acompañado con la construcción de una torre con cinco niveles de estacionamiento para capacidad de 6 mil autos, lo grave de la situación es la poca participación ciudadana.
Pareciera que los árboles nos importan a unos cuantos, que no vale la pena protestar cuando no talarán el que está enfrente de tu casa, que “de nada va a servir”. La gente está dispuesta a firmar una petición en línea o a dar un “me gusta” en redes sociales, pero a la hora de comprometerse con trabajo o presencia, somos los mismos de siempre.
Es como si los habitantes de la ciudad nos hubiéramos vuelto indiferentes a lo que sucede fuera de nuestras cuatro paredes. Una sociedad organizada es más resistente frente a las injusticias y a la impunidad. Luchar por mantener o alcanzar el nivel de vida que deseamos es responsabilidad de cada uno.
Al terminar una de las acciones vecinales, mientras caminaba de regreso a casa bajo la sombra de los árboles del camellón, vi ardillas corretear, nidos en las ramas de los fresnos, madres empujando carreolas, un anciano descansando en una banca. Me detuve a escuchar una primavera que cantaba dando la bienvenida a la estación, y sentí entonces la enorme ola a punto de romper sobre mi cabeza al imaginar que sería la última vez que lo haría en ese árbol.