Los delfinarios y zoológicos marinos son complejos que se dedican a mantener, reproducir y exhibir animales marinos.
Desde el año 1860 los cetáceos son mantenidos en cautividad, y el primer delfinario del mundo abrió sus puertas en 1938. Durante los años sesenta y setenta aumentaron en popularidad, y hoy están ampliamente difundidos en Europa, Japón y Norteamérica. Dentro de Europa, España es uno de los países que más delfinarios, parques y zoos marinos cuenta en su geografía, con al menos 10 recintos temáticos.
Los delfines, por su sociabilidad y facilidad de aprendizaje, son los animales favoritos para exhibir, pues gozan de una gran simpatía de parte del público, que cede ante su amistoso y «sonriente» semblante; lo que retorna grandes ganancias a las empresas gestoras. La especie de delfín más presente en este tipo de recintos son los delfines mulares, más conocidos como «delfín nariz de botella», aunque también encontramos en menor cantidad los delfines «beluga» o «ballena blanca», marsopas con y sin aletas, y también orcas.
En la gran mayoría de los delfinarios o zoos marinos los animales nadan en albercas. En pocas, son ubicados en albercas de agua natural o directamente en aguas naturales cercadas para evitar que escapen.
Los delfinarios venden diferentes tipos de «servicios» y «espectáculos» para el entretenimiento del público, donde los cetáceos saltan, bailan o nadan al ritmo de la música. También los hay de acrobacias marinas junto a los entrenadores. Uno de los programas que mayor éxito está teniendo en la actualidad es el de «Nadar con delfines», donde los turistas pagan una cifra para nadar, tocar y estar en contacto con los delfines, fotografiarse y registrarse en video con ellos.
Todo el público que paga una entrada a estos parques o delfinarios, apoya con su dinero a la explotación y esclavitud de los delfines, que sólo actúan o ejecutan lo que el espectáculo manda para recibir comida. Un animal saciado no actúa: debe tener hambre para buscar su recompensa. El público, eufórico por ver los saltos, piruetas y la sonrisa de los delfines, ignora totalmente cómo llegaron ahí, cómo son tratados y cuidados estos animales.
Muchos de estos delfines provienen de la caza y captura de ejemplares salvajes, que son secuestrados del mar para ser llevados a tanques y albercas, encerrados de por vida, lejos de sus grupos de referencia. Otra parte de los ejemplares exhibidos en delfinarios provienen de la cría en cautividad, lo que no es motivo para «naturalizar» su estadía en estos recintos, pues los delfines son animales genéticamente diseñados para nadar a diario cientos de kilómetros, compartir con grandes cantidades de congéneres y vivir en libertad, no para divertirnos en absurdos espectáculos que no enseñan más que los humanos podemos hacer cualquier cosa para divertirnos a costa de otros animales.
Rick O Barry, antes entrenador de delfines -entre ellos Flipper- abandonó su carrera cuando vio cómo un delfín se suicidaba golpeándose en repetidas ocasiones contra su tanque. Hoy se dedica a defender a estos animales y a financiar estudios que demuestran su sociabilidad y cómo se ven afectados al ser separados de su manada y mantenidos en espacios tan reducidos.
Tenemos muchas formas de divertirnos, no necesitamos recurrir a la explotación y ridiculización de otros seres, quienes no están ahí por su voluntad.
Llevar a los niños a esta clase de espectáculos es perpetrar el modelo de dominio, en el que hemos sido capaces de someter a otros seres sin reparar en los dañosque les causamos.
Fuente: www.AnimaNaturalis.org
Foto: Irving Foglia