Sus ojos azules me miraron a través de la reja

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En mi ciudad se han organizado paseos ciclistas dominicales, que pretenden introducir al ciudadano en la cultura de la bicicleta y el transporte sustentable. Uno de esos domingos mientras pedaleaba por una zona popular presencié como el personal del antirrábico lazaba a un perro abandonado y lo arrastraba hasta el interior de la camioneta.

Mucha gente se sentía molesta al ver el trato hacia el animal, otros seguían indiferentes y yo me acerqué a conversar con el veterinario responsable de la redada.

Fueron enviados ese día para evitar que «un perro se cruzara en el camino de los ciclistas y causara un accidente».

¿y qué pasa con los niños que se cruzan en la ruta ciclista? ¿y con los mismos ciclistas que causan accidentes por frenar en medio de la pista? ¿a quién mandan a lazarlos y «retirarlos» para que no «molesten»?

La conclusión de la conversación con el veterinario del antirrábico fue que el gobierno no da dinero para sacrificar a los animales con inyección letal, que tampoco da recursos para folletos que fomenten esterilización o adopción y que cuando se destinan fondos «“siempre insuficientes- para esterilizar, los propietarios de los perros no acuden.

Coincidimos en que mientras siga existiendo la venta de animales, no se resolverá el problema de los perros abandonados.

Pero en este país no se hace nada y cuando se hace, se hace a medias. Enviar una camioneta del antirrábico a cazar perros no genera conciencia en la población sino miedo. Los dueños guardan a sus perros un par de horas y en cuanto ésta se va vuelven a soltarlos, sin esterilizar, sin vacunar, sin correa, sin nombre.

Alrededor de la camioneta varios chicos contemplaban a los perros encerrados. Tal vez pensarían que se los llevan a un mejor lugar, a una especie de «Jardín de perros» donde vivirán felices y contentos, sin hambre y sin peligros. Pero esta no es la realidad. Los perros que levanta la camioneta esperan 72 horas antes de ser matados si nadie los reclama. Su muerte no es indolora, sino por electrocución o con pistola de émbolo. En palabras del veterinario «el sacrificio dura dos minutos, pero a los 5 segundos hay muerte cerebral». Se sabe de casos donde los perros se convulsionan hasta 20 minutos antes de morir.

Matar perros no es la solución al problema de la sobrepoblación, es la salida fácil y barata para un gobierno inepto, pero poco humana y pedagógica.

Si no acompañamos la presencia de la camioneta (que no es para nada la mejor opción) de un volanteo con información de esterilización y cuidado de animales de compañía, la ciudadanía seguirá creyendo que los perros recogidos desaparecen del paisaje urbano como por arte de magia y no generará un verdadero respeto y cuidado hacia ellos.

Mientras conversaba con el veterinario nos fuimos acercando a la camioneta del antirrábico y pude ver en su interior aproximadamente diez perros, algunos ajenos a lo que iba a sucederles, otros atemorizados. Algunos se habían acercado confiados a su captor, otros se resistieron pero fueron sometidos. Una perra de ojos azules me miró a través de la jaula y sentí que los folletos y las pancartas no podían darle a ella una oportunidad, pero que podrían hacerlo para otros de sus congéneres.

La mirada de un animal hace siempre que reafirme mi compromiso con su defensa, es una mirada pura, desinteresada, inocente.

Hoy, nuevamente, más vidas no humanas fueron arrancadas, pero trabajamos para que un día los ojos azules no nos miren a través de una reja.

La imagen

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