Las redes sociales pueden tener efectos positivos o negativos en nuestro sentir hacia la defensa de los animales. Al ver un video o una foto de un rescate de animales, o cuando están en libertad o simplemente expresan una sensación de bienestar y diversión, nuestro ánimo se alegra y lo compartimos o le damos “me gusta” como si todos pudiéramos reconocer que ese su estado natural, o que al menos podemos influir tanto para que lo sea como para que deje de serlo.
¿Pero qué sucede cuando también se hace viral una foto o un video que muestra la tortura y muerte de un animal? A veces desplazmos el cursor hacia abajo para fingir que no vimos nada, otras leemos la nota y vemos el video como si tuviéramos la esperanza de que habrá un final “feliz” o para intentar tranquilizarnos de que la víctima no sufrió tanto.
Tanto al observar la imagen como al ignorarla necesitamos echar mano de una especie de coraza emocional y reaccionr con mucha frialdad ante lo que ahi se muestra. Es como si por salud mental tomaramos un distanciamiento y nos dijéramos “esto no está sucedidendo. Nunca sucedió”.
La respuesta inmediata es derramar unas lágrimas o enojarnos al punto de desear la muerte de esos sujetos o de que alguien les haga lo mismo que ellos a su víctima. Nos invade una sensación de que la batalla por la defensa de los animales es una causa perdida y los casos de maltrato son mucho más que los de protección o cuidado. Nos sentimos impotentes ante algo que nos rebasa y no siempre podemos cambiar.
Cerrarnos ante el sufrimiento ajeno nos hace mucho daño, pero abrirnos completamente, también. ¿qué hacemos entonces? Algunos activistas emplean la táctica de compartir en sus redes sociales únicamente imágenes positivas y propositivas, otros se centran más en mostrar el horror para intentar abrir los ojos al consumidor irresponsable o desinformado.
Mucha gente no verá fotos cuyo pie de página sea “¡maltidos, ojalá a ellos les hagan lo mismo!”, pero sí algo como “Tú puedes ser la diferencia para los animales”. Lo que quiero decir es que ver algún tipo de imágenes es necesario para nuestro trabajo de activistas, para conocer lo que sucede y transmitirlo con veracidad. Sin embargo, quien no esté tan involucrado en esta causa no querrá ver videos cruentos y seremos nosotros los únicos que al hacerlo acrecentemos nuestra rabia y frustración.
Recordemos que tenemos que ser efectivos y eficaces para los animales, más allá de lo que podamos sentir en un momento de apasionamiento. En mi opinión compartir este tipo de imágenes sirve sólo si vienen acompañadas de una campaña o una carta protesta o una petición, de lo contrario es la mera exhibición de la crueldad o la popularidad de un acto que quedará impune.
Mostrar tanto animales sufrientes como gozosos puede ayudar a descongelar la indiferencia de la sociedad, y esto debe hacerse en perfecto balance y con la intención de informar e inspirar al cambio, no de propagar el odio o la rabia, con la que muchas veces sólo nos hacemos daño y no ayudamos a nadie.
En ocasiones nuestra reacción de odio va en paralelo con esas acciones que tanto repudiamos y es lo que a menudo se le critica a los defensores de animales. El dolor y la rabia que podemos llegar a sentir ante casos de injusticia han de ser un motor y transformarse en acciones concretas a favor de los animales, pero no ser el medio por el cual intentemos minimizar la violencia hacia otras especies.
Me duele como a ustedes, lectores, ver lo insensibles que podemos ser, pero también me sorprende lo que hemos logrado y el poder infinito de la compasión. Que esta sea siempre nuestra bandera.