“Evitar causar daño y trabajar para lograr la felicidad de toda criatura es deber de todos.”
Bhagavad Gita
El Mahabharata, epopeya mitológica más extensa que la Ilíada y la Odisea juntas, y que la misma Biblia, es un texto clave para el hinduismo. En él resaltan extensas descripciones sobre la belleza de la naturaleza y los animales, quienes aparecen como personajes centrales, capaces de comunicarse y representando papeles de dioses que en ocasiones combinan habilidades y rasgos zoomórficos y antropomórficos. Los comportamientos de estos animales tienden generalmente hacia las buenas acciones, protegiendo a los héroes de sus enemigos, aconsejándolos y guiándolos durante sus aventuras. Es como si no hubiera una diferencia sustancial entre ellos y los humanos y se les reconociera la hoy tan controvertida característica de persona, implicando que las relaciones interespecie pudieran ser armónicas y más equitativas.
El Ramayana, otra épica igualmente popular del siglo III a.C. dota a los personajes animales de estados emocionales y capacidades cognitivas, y en el Panchatantra, colección de fábulas escritas en una época similar, los animales son los encargados de enseñar principios de buen gobierno y conducta recta. Cocodrilos, búhos, monos, toros, peces, palomas, serpientes, tigres, cuervos, conejos, gatos, gansos, ranas, insectos y demás, muestran intereses, como el de no sufrir y gozar, y deseos, como tener compañía, seguridad y alimento.
En muchos de los textos, los animales desarrollan relaciones de amistad y se ayudan entre sí para escapar de cazadores, vistos como crueles por irrumpir en su hogar y destruir sus familias y, a través de moralejas, hacen una continua referencia a la compasión y la no violencia como ejes rectores de “una vida sabia y noble”.
Dioses que adoptan formas no humanas para dar una lección a los altaneros guerreros, nos enseñan que la divinidad también está en los animales, y debemos respetarlos por pequeños o insignificantes que nuestra soberbia nos haga percibirlos. Krisna, por ejemplo, es representado tocando su flauta junto a una vaca y su ternero. Hanuman, el mono, es un aspecto de Shiva, fiel compañero del rey-dios Rama, uno de los avatares de Vishnu, quien a su vez se presenta como tortuga, jabalí, león, pez. Ganesha, el elefante, es el dios que elimina los obstáculos, patrono de las ciencias y artes y cuyo rasgo de personalidad es la fuerza presente en la gentileza.
La creencia hindú en el ciclo de muerte y renacimiento apuntala el respeto a otras formas de vida al existir la posibilidad de reencarnar en un individuo de una especie distinta a la nuestra. Las condiciones para esta reencarnación se determinan a través del karma, que significa “acción” y donde cada acto tiene un resultado inevitable. Estas enseñanzas conducen directamente al concepto de ahimsa, “no dañar” o “no violencia”, del cual Gandhi fue el más popular promotor y lo llevó a sus últimas consecuencias con la resistencia pacífica y un estilo de vida vegetariano.
Un himno védico titulado “La vaca”, escrito 1000 años a.C. identifica a ese rumiante con el universo entero, al ser su leche fuente de alimento para las criaturas y el Mahabarata equipara el amor de madre al que le tiene una vaca a su ternero. Los Upanishads, cada uno de los más de doscientos libros sagrados del hinduismo, nos invitan a percibirnos como una unidad, donde el malestar que causo a otros, me lo provoco a mí mismo.
Son muchos los ejemplos de textos de la tradición hinduista donde la relación entre los animales y los humanos está permeada por un sentido de respeto, compasión, compañerismo y complicidad, siendo todos parte de una intrincada red de causalidades en las que la norma para no resultar perjudicado en sus intereses, sin importar la forma que se tuviera, era la de no dañar.
Parece contradictorio que hoy día la India se haya convertido en uno de los más grandes productores de cuero para occidente. Al ser ilegal matar vacas jóvenes y saludables, les ocasionan heridas e incluso provocan envenenamiento para justificar su matanza. Su traslado al matadero se hace sin ninguna vigilancia en el trato y una vez ahí son degolladas masivamente y muchas veces despellejadas vivas.
En uno de los libros del Mahabharata (Mahaprasthanika Parva o “El libro del Gran Viaje”) se narra la aventura del justo rey Yudhishthira en su peregrinar hacia las Puertas del Cielo, quien fue acompañado fielmente por un perro durante todo el trayecto. Habiendo llegado, Indra, el dios que custodiaba la entrada, le negó el ingreso al animal, y el monarca se negó a dejar a su compañero, argumentando que “abandonar a alguien que nos es fiel es tan reprobable como matar o robar”. Entonces el perro se convirtió en la personificación del Dharma, “virtud” o “conducta piadosa” que implicaría realizar lo correcto aun cuando se pierda la entrada al cielo, y descubriendo que todo había sido una prueba, obtuvieron el deseado acceso.
¿En qué momento nos alejamos de preceptos tan sencillos como ahimsa? Elegir entre una acción dañina y otra que no lo es, requiere sólo un poco de voluntad y compasión, virtudes que seguramente reconocemos y aplicamos en muchas áreas de nuestra vida. Extenderlas hacia decisiones que tomamos donde hay involucrados intereses de los animales, nos hace mejores personas, más solidarios, justos y respetuosos. Hagamos, como Yudhishthira, que las puertas del cielo den cabida a todos los seres sintientes.
Este texto se publico en: www.revistaleemas.mx Marzo, 2017