En diciembre de 2009, un entrenador fue “atacado” por una orca macho de 5.000 kilos llamada Keto durante un entrenamiento rutinario en un zoológico de Tenerife, España, el cual posee 6 de las 48 orcas que existen en el mundo en cautividad. Dos meses más tarde una orca macho llamada Tilikum, responsable de otras dos muertes y quien fuera cazada en las costas de Islandia en 1983 a los dos años de edad, 20 años cautiva, atacaba a su entrenadora hasta matarla en las piscinas de Sea World en Orlando, empresa líder mundial en cetáceos en cautiverio.
El documental Blackfish abre el viejo debate del uso de animales en espectáculos. Las orcas son mamíferos marinos que viven en comunidades matriarcales, con una gran inteligencia emocional y un dialecto propio. Si bien altamente sociables son depredadores natos. Cuentan con la máxima protección en los convenios internacionales, que veta su captura desde los noventa. Sin embargo, nada impide su reproducción en cautiverio o traslado de un acuario a otro.
Si bien en Estados Unidos sigue el proceso judicial que ha llevado a Sea World a sacar a sus entrenadores de las piscinas de las orcas y a pagar la multa máxima (75.000 dólares) por un delito de “violación de la seguridad del trabajador”, esta cifra parece insignificante frente a los 56,5 millones de euros facturados por la empresa en 2012, según la revista Forbes.
Gabriela Cowperthwaite decide hacer un documental sobre la vida de estos mamíferos en cautiverio a partir del incidente de Tilikum, y nos muestra, desde el momento de su captura, hasta el confinamiento al que son reducidos y el estrés de los entrenamientos. “Siempre he estado convencida que el uso de mamíferos marinos en espectáculos es de lo más bajo moralmente”, declara la directora. “Sea World es un negocio de miles de millones de dólares al año y alguien tiene que mostrarles que lo que hacen no es correcto”.
Vidal Martín, presidente de la Sociedad para el Estudio de los Cetáceos en el Archipiélago Canario declara que “Se trata de un negocio encubierto con la excusa de la investigación y la conservación. No se debe promover la cría de estos animales en cautividad, por muy grande que sea el espacio siempre es pequeño, les genera estrés y por eso atacan. No se conoce ninguna agresión de orcas en libertad. No hay programa científico que justifique su cautiverio”.
Este tipo de centros se defiende diciendo que el cautiverio ayuda a la conservación y a la sensibilización. Sin embargo, sabemos que no es así. Quienes presencian espectáculos con animales aprenden simplemente que tenemos el poder de someter a otras criaturas mediante la fuerza y el castigo y hacer de ello un negocio millonario. Conservar animales de esta magnitud en piscinas, por más grandes que sean, no le hace un favor ni a la especie, ni al individuo miembro de ésta. Obligar a las orcas a realizar trucos, a renunciar a su vida altamente social y jerárquica, privarlas de nadar libremente en aguas heladas, es minimizar y cosificar la esencia de un animal.
Todos somos responsables de la situación de los mamíferos en cautiverio. Cada vez que asistimos a un espectáculo que los usa, estamos contribuyendo a su captura o aprisionamiento. Incluso los aparentemente inofensivos “nada con delfines”, atentan contra su derecho básico a la libertad.
Blackfish es un documental que junto con The Cove, revela el lado oscuro de los espectáculos con animales marinos. Es de agradecerse que cada vez más directores opten por sensibilizar a la audiencia con este tipo de materiales, para exhibir masivamente el daño que causamos a otras especies, y que como siempre, está en nuestras manos evitar.
La cara oculta de Sea Word: http://www.seaworldofhurt.com/blackfish.aspx
Firmas para detener el uso de animales marinos en espectáculos: http://sosdelfines.org/documentacion