Mientras todos se preparaban para la cena de Navidad, dos activistas recorrían las calles de una colonia popular de Mérida en busca de un caso de crueldad canina reportado por un ciudadano sensible.
No fue fácil encontrar la calle, pero una vez ahí no tomó mucho tiempo ubicar a los 3 perros dejados a su suerte en una casa abandonada. Los activistas conversaron con los vecinos quienes consideraban «cruel» el trato que la dueña daba a los animales, alimentándolos únicamente cada tercer día y dejándolos a la intemperie sin un refugio donde guarecerse de lluvia o sol.
Los animales estaban amarrados a la manija de la puerta, a la ventana y en un pasillo que dividía dos terrenos, estaban parados sobre piedras filosas y las cadenas a penas les daban la movilidad suficiente para echarse y levantarse. Estaban flacos y ladraban ansiosos.
Planear un rescate suele tomar más tiempo, pero esta era una emergencia. Los activistas debían conseguir jaulas, pinzas, bozales y sobretodo, un lugar dónde reubicar a los perros. Ambos tenían compromiso para esa noche, por lo que se dieron prisa y luego de conseguir los elementos necesarios y cumplir el protocolo familiar, se dirigieron a la casa abandonada.
Los animales se mostraban inquietos y uno de ellos incluso gruñía. Las jaulas estaban abiertas y uno de los chicos se aproximó a quien parecía ser la madre de los dos cachorros. Una vez más la increíble nobleza de los perros se manifestó cuando la hembra comenzó a mover la cola y lamer la mano del humano que se acercaba. Como si supieran de qué se trataba se dejaron liberar y entraron sin demasiada resistencia a las jaulas. Aun el que ladraba y que era candidato para un bozal, dejó de gruñir y se alejó de la casa en cuanto se sintió sin el lastre de la cadena.
Al llegar al refugio que les daría hogar mientras se adoptan, comenzaron a saltar, jugar entre ellos y obviamente, devoraron sendos platos de croquetas y tomaron agua. Fueron bautizados como Noche, Buena y Natividad como recordatorio de la fecha de su liberación. Uno de los activistas adoptó virtualmente a uno, haciéndose responsable de su manutención a través de una cuota mensual, ya que por vivir con gatos en un espacio pequeño, no le era posible adoptarlo físicamente.
Rumbo a la fiesta de Año Nuevo, otros activistas en sus vacaciones en la playa descubrieron bajo un coche a un perro cuyo hocico estaba cubierto de pus al punto de cubrirle prácticamente los ojos. Lo primero era ver si ese día había un veterinario abierto. En la farmacia les dijeron que había un médico que se ocupaba de animales sin hogar en la siguiente cuadra, pero no estaba en su consultorio. Todo parecía perdido cuando milagrosamente llegaron los familiares del doctor y lo llamaron por teléfono. El perro no se dejaba agarrar, pero finalmente, entre los dos lo acorralaron y le pusieron una correa. Se resistía y quería huir, pero el veterinario comenzó a acariciarlo y con ese simple pero bien intencionado gesto, se ganó su confianza y pudo cargarlo hasta el consultorio.
Lo lavó, lo desinfectó y le dio antibiótico y antiinflamatorio. El pronóstico era que de no haberse atendido, la pus llegaría hasta los ojos causándole ceguera. No cobró por su trabajo. Dijo: «todos estamos ayudando al perro; yo tengo 9 adoptados y cada uno tiene una historia como esta». Como los activistas estaban de paso por el poblado, no podían hacerse cargo de su recuperación, pero se cercioraron de que una vecina que solía alimentarlo, le diera los medicamentos que ellos le compraron.
Dos días después llamaron al veterinario para preguntar por el estado de salud del animalito y se les informó que mejoraba y que la vecina efectivamente le daba el tratamiento recetado.
La enseñanza que me dejan estas historias es que no todos los humanos son crueles con los animales y que cuando uno se propone ayudarlos genuinamente, todo el universo se alinea para ese fin. No fue una casualidad que alguien hiciera el reporte de crueldad, ni que el perro bravo dejara de gruñir, ni que el activista viera debajo del coche, ni que el veterinario fuera un hombre sensible. Fue una muestra de nuestro poder de crear, de transformar, de la fuerza que tienen nuestros deseos y nuestros sueños si luchamos por ellos.
Creamos el mundo que queremos con nuestros pensamientos, nuestras acciones, por ello debemos ser responsables de lo que pensamos, de lo que hacemos, pues ninguna decisión es insignificante.
Cuatro de miles de animales hoy tienen una mejor suerte. Todos podemos cambiar un destino, incluido el nuestro.
Dedico este texto a Gonzalo, Silvia Cortés, Antonio Carvajal y Stephan: Gracias por soñar.