Si no salvas veinte vidas, al menos salvas una

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No es la primera vez que en México se matan vacas en la vía pública para protestar, por el aumento de la leche, por la falta de subsidios a la carne, para llamar la atención de los políticos.

Cuando pasó por primera vez hace algunos años, una activista se aferró a la vaca para impedir que la mataran, pero nadie la defendía: ni las autoridades, ni los policías, ni otros activistas. Finalmente, esa vaca se salvó, pero otras fueron desangradas en diversos estados de la República. Entre varios hombres las voltearon, les amarraron las patas y les clavaron un cuchillo en el cuello. Empleados de las oficinas nos relataron cómo se oían los mugidos del animal y la sangre escurría por el pavimento. Esto sucedió frente a peatones, niños y autoridades.

Hace unos días, el Frente Nacional Lechero pretendía matar 20 vacas frente a la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación. Un operativo de policía montada bloqueaba las calles aledañas a las oficinas y tan sólo 9 activistas estábamos dispuestos a impedir a toda costa que aquello volviera a ocurrir.
Afortunadamente, no se permitió el ingreso de los camiones a la ciudad y nuestra presencia fue simbólica e indicadora de que no se puede violar la ley impunemente. Más allá de lo atroz que nos resulte todo esto, matar animales en la vía pública es infracción a la Ley Federal de Sanidad Animal y los animales deberían quedar fuera de los conflictos humanos.

Gatito Si bien esas vacas están condenadas a morir, como bien dijeron los lecheros, no podemos permitir que las usen para sus protestas políticas. Y si al menos podemos salvar a una, ya habremos logrado algo.

Cuando estábamos esperando que llegaran los camiones con las vacas, un compañero y yo descubrimos entre las jardineras de la Secretaría de Economía a un pequeño gatito que maullaba desesperadamente. Generalmente, cuando uno rescata animales la ciudadanía se solidariza «“no hacen nada, pero si alguien hace algo, lo apoyan- así que rápidamente conseguimos un contenedor de plástico, periódicos y leche para atraerlo.

Su actitud era la de todos los animales que nacen en la calle: temen a los humanos, pero a la vez esperan que puedas hacer algo por ellos.
El veterinario más cercano estaba cerrado, no sabíamos qué hacer: si llevarlo a un lugar donde lo atendieran o permanecer esperando a las vacas. Poco a poco fueron llegando los demás activistas, unos lo alimentaban, otros lo arropaban, y una de ellos decidió adoptarlo.

Días después le preguntamos por el estado del gatito y nos contó que estaba enfermo, que el veterinario le había dicho que si no lo hubiesen atendido ese mismo día, no habría sobrevivido.

Para mí el encuentro con ese animal fue una señal muy clara en medio de la incertidumbre y la angustia que genera saber que puedes presenciar el asesinato de un animal y ser incapaz de impedirlo, o que estás dispuesta a impedirlo a costa de lo que sea. Ese día estuvimos ahí para salvar a alguien. Esas vacas no llegaron a las calles de la capital por nuestra presión, tal vez hoy estén muertas, iban a morir de todos modos, seguirán muriendo mientras la gente coma carne y beba leche, pero ese gato también iba a morir y hoy está vivo y tiene un hogar.

Los activistas por los derechos de los animales estamos siempre donde tenemos que estar y eso, salva vidas.

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