¿Por qué dejé de comer lácteos?

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Cuando era vegetariana pensé que dejar de comer mamíferos, aves y peces era suficiente para ayudar a los animales. Tardé mucho tiempo en conocer el veganismo «“ no consumo de productos de origen animal- y aún así me costó entender que en el consumo de derivados de animales hay explotación y muerte.

Para dejar de comer huevos me bastó ver las imágenes de las gallinas criadas en diminutas jaulas, amontonadas en enormes bodegas con capacidad de almacenar miles de aves como si de objetos se tratara. Sin embargo, consumía lácteos provenientes de una granja «orgánica» confiando ingenuamente en su publicidad, donde las vacas no eran enviadas al matadero una vez bajaba su producción de leche, sino que eran «jubiladas» en los pastos de la cooperativa.

Aquella mañana cuatro compañeros, dos de ellos veganos, y Francisco y yo, ambos fundadores de AnimaNaturalis, viajamos a la mencionada cooperativa porque deséabamos ver cómo vivían las vacas que aparecían retratadas sobre verdes prados.

Nuestra decepción comenzó al ver que las vacas no pastaban en semi libertad, sino que estaban como todas las vacas de la industria, en un corral de cemento, donde la diferencia entre otras vacas que había visto antes era que en lugar de pararse sobre sus excementos, lo hacían sobre paja. Supongo también que su alimento era de mejor calidad que el de las vacas de la industria, pero finalmente eso es con el fin de que la leche sea de mejor calidad para el consumidor humano, no se hace pensando en la salud de los animales.

Cuando preguntamos por qué las vacas no estaban al aire libre, nos dijero que había sido así en un principio, cuando tenían 20, pero que ahora que eran 200 era difícil controlarlas.

La visita a la granja consistía de un paseo por las instalaciones y la explicación de cómo se obtenía la leche y se fabricaba el yogurt. Mientras avanzábamos en grupo y los otros visitantes parecían más interesados en las muestras gratis de productos que les esperaban al finalizar el recorrido, mis compañeros y yo detectamos a lo lejos, una zona de pequeñas casetas donde estaban los terneros. El recorrido no pasaba por ahí, pero nosotros nos acercamos a ver qué era exactamente ese sitio.

En un corral de aproximadamente 6 metros cuadrados había 6 terneros que al acercarles la mano, la lamían ansiosamente, gesto que más que síntoma de ternura era de inanición. Junto a este corral, se disponían una junto a otra las casetas que contenían un ternero cada una. Al preguntar cuál sería el destino de estos animales, la guía nos respondió que estarían ahí tres meses antes de ser enviados a la granja de engorda.

Yo había visto imágenes de estos sitios, donde los terneros son encadenados por el cuello y mantenidos en la oscuridad y sin movimiento para desarrollar la carne pálida y anémica que muchos consumidores consideran una exquisitez gastronómica. Los terneros que yo estaba viendo iban a ser enviados al matadero antes de cumplir un año de edad y todos ellos eran «subproductos» de la industria láctea. Es decir, para que una vaca de leche en las cantidades que los humanos demandan, tienen que parir al menos una vez al año. Este ternero es separado de su madre a los pocos días de nacido, ocasionándoles a ambos angustia y estrés: las vacas mugen durante días buscando a su ternero, y éstos lamen todo lo que se les acerca pensando que son las ubres de su madre. Después este ternero es vendido a la industria cárnica y una vez matado y comido, su piel es usada para fabricar zapatos, bolsos, cinturones, carteras.

De pronto pude visualizar frente a mí todo lo que hay detrás de un vaso de leche, un helado o un trozo de queso. Una cadena de explotación y sufrimiento para que yo pueda degustar durante unos minutos de un alimento poco saludable y terriblemente cruel. La industria láctea es cómplice directa de la industria cárnica. No necesité más argumentos ni imágenes; los enormes ojos negros de los terneros quedaron en mi memoria, sellando el compromiso del respeto y de la voluntad de hacer que los demás vean lo que yo vi en ellos.

Desde entonces los lácteos no son parte de mi estilo de vida.

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