Los árboles: guerreros urbanos

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En una gran urbe como la Ciudad de México, la mayoría vemos al menos una vez por semana una poda mal hecha, una tala injustificada, un derribo por construcción, la utilización de árboles como espacios publicitarios, o la planta irresponsable por parte de las autoridades, donde para fingir que hacen reforestaciones, siembran árboles poco adecuados para la zona, no los riegan, o como sucedió con muchos de la Delegación Benito Juárez, los entierran con bolsa de plástico….

A veces siento que algunas personas han declarado la guerra a los árboles. Escuchar sus justificaciones causa entre enojo y tristeza: estorban la futura entrada de coches de una casa o edificio, tiran “basura”, dan mucha sombra, albergan muchos pájaros que nos despiertan temprano, no dejan estacionarnos en la banqueta, son un peligro para los coches, son escaleras para los ladrones de casas, están enfermos, tienen plaga, etc.

Evidentemente los gobiernos prefieren sembrar plantas o setos que no regarán para que un año después incluyan en su presupuesto la compra de más plantas, donde generalmente hay vínculos entre los dueños de los viveros y los funcionarios que lo autorizan. No se les ocurre sembrar árboles antes de lluvias, para que así los árboles crezcan prácticamente solos. Eso ya no sería negocio. También los usan como barreras para evitar el ambulantaje, colocándolos en macetones o jardineras donde el cemento llega a veces al inicio de las hojas.

Se ha puesto de moda plantar ficus en muchas aceras de la ciudad y algunos vecinos o comerciantes consideran que “se ve bonito” mantener el follaje del árbol del tamaño de un balón, o hacerlos cuadrados y no más altos del metro cincuenta. Esta especie de uniformidad me hace pensar en la concepción que tiene la gente de lo natural y por qué consideramos que un árbol frondoso y sano, “necesita forma”.

En ocasiones hay árboles que ya están secos y en lugar de quitarlos y sembrar otro, simplemente los talan y ni siquiera remueven el tocón para darle la opción al vecino de colocar plantas en su lugar. Esos árboles secos, cuando son pequeños y no representan un peligro de venirse abajo, también tienen una belleza que no todos ven: son posadero de muchas aves, hoy día más acostumbradas a descansar en los horrendos cables que sirven de pretexto ideal para atravesar el follaje y luego decir que “había que cortar el árbol porque estaba desbalanceado”.

Anoche cayó una vieja y seca jacaranda frente a mi casa. Los vecinos se apresuraron en llamar a los bomberos para que la quitaran de la calle y no estorbara el tránsito… Oía la sierra mecánica y recordaba como tan sólo unas horas atrás regaba mis plantas y agradecía tener sus ramas por vista, donde al menos entre cuatro y diez calandrias, gorriones y coconitas se acicalaban, cantaban, se cortejaban.

Mi amanecer fue silencioso, en vez del canto de los pájaros oí los motores de los autos y sus bocinas. El atardecer estuvo ausente de la presencia de estas aves. En su lugar puedo contar ahora los tinacos de los vecinos y contemplar tendederos de ropa.

Al menos esta jacaranda no fue derribada, se dejó caer, pero cientos de árboles en nuestra ciudad son talados cada año, y rara vez reemplazados por nuevos.

No es necesario esperemos a que el gobierno haga campañas de reforestación, acerquémonos a organizaciones que nos pueden echar la mano para conseguir árboles y démonos un tiempo para plantar y cuidar uno cerca de nuestra casa.

No dejemos que nuestros ojos se acostumbren al gris del asfalto y el cemento. No traslademos nuestras estructuras mentales a los árboles y los culpemos de lo que nosotros causamos.

Más allá de oxígeno -para nuestro cuerpo- nos dan belleza, para nuestro espíritu. Nutrirlo es nuestra única responsabilidad como especie.

@vivanlosarboles
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Jacarandas-15

 

 

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