Abro este espacio para el texto de mi compañera del taller literario, Anne Labrousse, quien muestra como muchos de nosotros, sensibilidad ante los animales en situación de calle.
¿A dónde van los perros? preguntó alguna vez el escritor francés Nestor Roqueplan, en el siglo XIX. Poco después, Charles Baudelaire escribiría un texto extraordinario titulado Les bons chiens.
Desde que leí esta frase, me pregunto cada vez que veo un perro en la calle, en el campo, al borde de una autopista: “¿A donde va este buen perro?”
¿A dónde irá ? ¿Que tiene en mente?
Porqué sí, algo tiene en mente. Se le ve, se le nota a leguas.
El perro va, decidido. Tiene un plan. Su mirada es firme, aunque benévola.
Escrutina el horizonte mientras sus otros sentidos se impregnan del entorno, dándole la información necesaria para su expedición.
¿A dónde van los perros? Quiero ser uno de ellos.
Se desplazan velozmente. A veces hasta corren cuando tienen una cita importante. Giran a la derecha y a la izquierda. No lo piensan dos veces. Saben lo que quieren. Nadie los detendrá.
Saben de corazón. Saben de repente, o bien por costumbre que hay que tomar aquel rumbo. Que ahí hay comida esperando, un buen lugar para dormir. Un novio o una novia….
Saben que pronto lloverá, y saben dónde refugiarse.
Son generosos y prácticos. Todo es límpido en su mundo, salvo lo que el humano les inflinge.
Aun asi, no saben. No saben que esta mal.
Solo sufren. Sufren y siguen. Y siguen creyendo.
Creyendo en el mundo, en su suerte, en su buena estrella. En el sol que regresa cada mañana, en el arroyo o el charco que saciará su sed.
Siguen creyendo que alguien en su camino les dará algún alimento.
Y cuando lo encuentran, mirarán a esta persona que les extiende una mano, con ojos que contienen el mundo entero.
Que contienen amor puro.
Este amor bueno para todos y que nunca se acaba.
Ellos, criaturas divinas, son poesía.
¿A dónde van?
Anne Labrousse