El domingo 13 de junio durante la segunda novillada de la temporada en la Plaza México, el novillero Christian Hernández se negó a matar al segundo novillo que le correspondía, además de cortarse la coleta anunciando así su retiro.
Para la mayoría de los medios de comunicación y aficionados taurinos, lo suyo fue un acto de cobardía, tachándolo de ensuciar la reputación de los toreros como hombres valientes. Es lamentable ver la actitud de los espectadores de la Plaza quienes lo abuchearon, decepcionados por no ver satisfecha su sed de sangre y muerte.
El queretano confesó que «no tuvo huevos», que el toreo «no es lo suyo» y será multado por el juez de la Plaza por «haber incumplido el compromiso para el que se le había contratado».
!Vaya que si vivimos en el mundo del revés: al que deja vivir a un animal se le multa y al que lo tortura hasta matarlo se le paga un sueldo! El asesino es el héroe y el que concede vivir es un cobarde.
Por si fuera poco, los adjetivos que se usan para describir a Hernández son homofóbicos y prejuiciosos: «maricón», «joto», «puto». Seguimos siendo tan primitivos y contradictorios como para calificar de viril el hecho de salir a torturar y matar a un animal, con un -puesto en los mismos términos- por demás afeminado traje de luces.
Quisiera decirle a Hernández que para muchas personas, más de las que se imagina, su acto, independientemente de sus móviles, fue de valentía. La sensación que tenemos quienes no gustamos de la tauromaquia por considerarla cruel, fue de que hizo lo correcto. Sentir miedo es humano y mucho más humano es dejar vivir cuando se tiene el poder de matar.
Dicen que todo depende de la óptica con que se mire, la escena donde se niega a matar al toro puede ser para los taurinos una decepción, pero para los defensores de los derechos de los animales, es una esperanza. Las personas cambian, pueden recapacitar y dejar de hacer algo que durante años consideraron «normal». Cuando Hernández se lleva las manos a la cabeza y se corta la coleta, yo pude leer un atisbo de raciocionio frente a un conflicto interno: matar no está bien, pero me entrené para esto, me pagan para hacerlo. Ese momento de duda, de desesperación para él de no saber qué hacer, puede ser la semilla de la compasión que está en todos nosotros esperando germinar.
Veo todo este suceso como una metáfora, como la transición entre hacer algo incorrecto y dejar de hacerlo. Cambiar nunca es fácil, pero es valiente.
Hernández puede escribir una página nueva en el mundo del toreo, sin importar si sus móviles fueron de compasión o de temor. Simplemente no mato a ese animal y se lo agradezco y quiero pensar que por un momento se dio cuenta de que no es fácil matar, que se necesita algo más que técnica. Cuando matamos algo de nosotros muere también y por eso no creo que la tauromaquia enaltezca al humano, sino al contrario.
Agradezco su negativa de matar al novillo, dando así el ejemplo de que nunca es tarde para recapacitar, y de que más allá de toda la presión que la afición, juez y compañeros puedan ejercer, está el respeto a la vida de un ser inocente que nunca pidió estar allí, en el ruedo.
Me alegra que Christian Hernández haya renunciado a dedicarse a matar.