Millones de animales permanecen toda su vida o la mayor parte de ella en jaulas; algunos nacen en cautiverio y ni siquiera han tenido la experiencia de la libertad. Cuando miro videos de rescates de animales y su posterior colocación en santuarios donde podrán vivir en condiciones de semi libertad, me invade una profunda emoción.
He visto como gallinas con las alas rotas por haber vivido años en diminutas jaulas donde ni siquiera podían extenderlas, con los picos amputados con navajas ardientes, con las patas heridas por los alambres, en lo que es probablemente su primer contacto con el suelo comienzan a realizar sus comportamientos naturales.
Felinos, que vivieron en jaulas donde lo único que podían hacer era darse la vuelta, comenzan a conocer un mundo que les habíamos negado.
Conejos y ratones de laboratorios, que son sacados de las bandejas experimentales y que después retozan instintivamene con otros de su especie.
Al ver ese momento, en donde se abre la jaula, donde la prisión termina y comienza una segunda oportunidad, no puedo más que sentir que hacemos algo muy grave al intentar someter a los animales, porque ellos siempre han sido libres en espíritu, mucho más que nosotros.
Ese gesto, donde una pata animal toca por primera vez la hierba, donde por primera vez puede moverse más allá de su universo conocido, me estremece, porque su instinto indómito es más poderoso.
Qué fácil es abrir una jaula, que fácil es darle a otro ser lo que se merece. Lo anómalo, lo irracional es creer que podemos poseer, aprisionar, domesticar, una esencia.
Ellos están ahí, mirando a través de sus prisiones y tal vez se pregunten por qué, pero yo más bien les pregunto a ellos, cómo pueden mantenerse intactos a pesar de nuestra crueldad, que no daña su espíritu pero sí el nuestro, profunda e irreversiblemente.
Porque los animales son espíritus inquebrantables, de esos que rara vez encontramos en los humanos. Para ellos nuestras absurdas barreras físicas son una muestra de lo limitado de nuestra especie, que se cree poderosa, omniabarcante.
Cuando esos animales conocen la libertad física, me hacen sentir que su espíritu siempre lo fue, que la lección es nuevamente para nosotros, para que aprendamos que la fuerza interna no se pierde jamás, que las almas verdaderamente grandes son libres más allá de cualquier prisión.