Es innegable que los índices de violencia en nuestro país superan por mucho nuestra capacidad de controlarlos.
Estamos muy acostumbrados a escuchar estadísticas abrumadoras y hemos llegado a un punto en que los números se convierten en una abstracción y nos cuesta asociar que detrás de cada delito hay una víctima. Si esto sucede al tratarse de violencia ejercida por y hacia seres humanos, imaginemos la indiferencia que se da ante la violencia perpetrada hacia animales de otras especies.
La violencia (del Lat. violentia) es un comportamiento deliberado, que provoca, o puede provocar, daños físicos o psicológicos a otros seres, y se asocia, aunque no necesariamente, con la agresión física, ya que también puede ser psícologica o emocional.
Apegándonos a esta definición parece claro que las víctimas no son únicamente miembros de la especie homo sapiens, sino cualquier ser vivo capaz de ser dañado física o psicológicamente.
¿Por qué somos reacios a considerar como violentas la mayoría de las prácticas con animales no humanos social y legalmente aceptadas? E incluso cuando las admitimos como tales, de este hecho rara vez se genera una legislación que tenga por objeto prohibirlas o al menos regularlas considerando el mínimo bienestar animal.
Si las cifras de homicidios nos resultan excesivas, por no decir las de seres que mueren en conflictos armados o víctimas de otros tipos de violencia, los números que involucran víctimas no humanas superan por mucho estos índices. Pensemos que tan sólo anualmente se matan cerca de 50 mil millones de animales terrestres para consumo humano, sin contar a los peces, a los animales utilizados en laboratorios, o como vestimenta, ni a los que mueren en espectáculos como peleas de perros, de gallos, corridas de toros. Estamos hablando de más de 8 veces la población humana mundial.
Si rechazamos la violencia en sus múltiples formas, deberíamos prestar más atención a la que ejercemos directa o indirectamente a los animales no humanos. Una violencia institucionalizada, legal -no por ello legítima- generalizada y socialmente aceptada, presente al menos en estas grandes áreas: Industria cárnica. Experimentación. Industria del vestido y del espectáculo.
El estrés es una de las principales dolencias a las que nos enfrentamos actualmente. Nuestro día a día está cargado de tensión y prisas. Según los expertos, es producto de la relación que mantiene el hombre con su entorno, es decir, es la reacción ante el peligro a través de una serie de respuestas físicas o psíquicas. Sin embargo, el ser humano no es el único que lo padece, ya que numerosos estudios de etología y psicología científica han demostrado que los animales también padecen este mal. Así, un animal no humano estresado es aquel que sufre por algún motivo relacionado con las circunstancias que le rodea, o bien porque percibe un futuro sufrimiento.
La violencia hacia los animales no humanos es un problema tan complejo como el que de la violencia hacia nuestros congéneres, y se ha dedicado poco interés a este primero como a todo lo relacionado con la educación ambiental.
La indiferencia nos hace cómplices, sin importar si la víctima es un humano o no. Cuando volteamos la cara ante el maltrato animal, lo estamos avalando. Fingir que no pasa nada o no querer ver la realidad de millones de animales no humanos, nos hace humanos más indolentes, más insensibles.
La violencia es negativa independientemente de hacia quien se ejerza. Hagamos a un lado las barreras de la especie. Finalmente los límites los ponemos nosotros: en nuestra mente y en el corazón.