El 1 de noviembre se celebra el Día Mundial del Veganismo desde 1994, cuando Louise Wallis, entonces Presidente de la Sociedad Vegana del Reino Unido instauró esta celebración con motivo del 50° aniversario de la fundación de esta organización.
Más allá de que miembros de un colectivo se muestren orgullosos de su estilo de vida y ostenten camisetas con la palabra “vegan” e imágenes de animales en mataderos, es una fecha para recordar a la sociedad lo imperante de una toma de decisión responsable respecto a nuestra alimentación, y esto no por motivos sociales o de moda, sino de supervivencia planetaria.
Sin ánimos de ser fatalista, la humanidad se avecina a una catástrofe ambiental enmarcada por el cambio climático y sus consecuencias para la vida humana y de miles de especies. Este año, el Reloj del Apocalipsis el cual usa la analogía de que la especie humana está a minutos de la media noche, representando ésta la “destrucción total y catastrófica de la humanidad” se adelantó de tres minutos para la medianoche, en donde estaba desde el 19 de enero del 2017, a 2 minutos y medio, según el grupo de científicos que realizan estas predicciones respecto a amenazas nucleares, y tecnológicas que pueden causar algún daño irreparable.
Entiendo que para muchos, los veganos seamos una especie de secta dispuesta crear polémica en cualquier evento social: criticando la vestimenta, la alimentación y formas de entretención de una mayoría. Pero en realidad, lo único que pretendemos es que se escuchen las buenas razones que tenemos para adoptar este estilo de vida.
Más allá de un punto de vista ético, que puede ser el motor para los activistas pro animales, una alimentación basada en vegetales representa una posibilidad de frenar el cambio climático según la FAO. La agricultura animal representa el 18% de los gases de efecto invernadero y contribuye más a ese fenómeno que la industria del transporte, incluyendo aviones, barcos y automóviles juntos. La conclusión del estudio de la FAO La larga sombra del ganado indica que la causa número uno de la deforestación mundial es la inserción de ganadería industrial en áreas antes ocupadas por selvas y bosques.
Pero nuestros motivos no solo son el respeto a la naturaleza y otras formas de vida, sino también la idea de que debería haber suficiente comida para todos. El 50% de los cereales se usa para alimentar ganado en vez de gente. Con todos los granos que produce Estados Unidos para alimentar animales de consumo en un año, se podría dar de comer a 800 millones de personas, así que no es un tema de insuficiencia de comida, sino que no alcanza para nosotros y el ganado.
A pesar de los prejuicios existentes sobre las dietas sin proteína animal, los veganos no somos flacuchos ni anémicos, algunos, incluso, son atletas y deportistas de alto rendimiento. Hoy día es más común encontrar médicos y organizaciones internacionales de salud y nutrición https://www.pcrm.org/ que recomiendan una dieta basada en plantas y las evidencias de sus beneficios para la salud son cada vez más evidentes.
Es cada vez más frecuente ver en noticiarios o internet, imágenes de animales en granjas industriales en situación de maltrato, o los hemos visto en carreteras siendo transportados hacia el matadero en condiciones terribles de hacinamiento y climas extremos. Sin embargo, una parte de nosotros se niega a dar el paso hacia una forma de vida que implica dejar de comer, vestir y divertirnos como “siempre lo hemos hecho”. Porque el veganismo no es una dieta, sino la consecuencia de reconocer que los animales tienen algunos derechos que les hemos negado por conveniencia y egoísmo.
Y esto puede sonar muy teórico, pero la puesta en práctica de esta filosofía es un estilo de vida más compasivo y respetuoso con los animales, que al mismo tiempo tiene grandes beneficios para nosotros como individuos, como sociedad y como especie.
¿Por qué entonces nos defendemos tanto de hacer algo que es bueno para todos? Será por nuestro apego a sabores y costumbres arraigadas, por el miedo al cambio, por necedad, por no dimensionar la urgencia de esta transformación, por negación ante una realidad de la cual todos somos responsables. Las razones pueden ser muchas y por más argumentos irrefutables que brindemos los activistas pro derechos de los animales, mientras no haya un profundo y genuino deseo de habitar nuestro planeta de manera más amable, el reloj del apocalipsis seguirá su tic tac hacia la media noche.