La gente suele salir de la ciudad para relajarse ante la vista del campo o la naturaleza. A los activistas por los derechos de los animales puede tensarnos un poco enfrentarnos a ambientes no tan controlados como la ciudad. Aquí ya sabemos dónde comer y que no veremos una infinidad de animales en situación de calle en pésimas condiciones. No quiero decir que no existan, pero no son tan visibles como en las zonas conurbadas o municipios de mi país, México.
Como amante que soy de la naturaleza me aventuré a Tlaxcala para visitar el Parque Nacional La Malinche, donde está el volcán del mismo nombre. Sobra decir que es un Estado taurino, tanto que a la entrada de uno de sus «pueblos mágicos» cuyo único atractivo difundido es la primitiva «huamantlada», hay una escultura de un toro “bravo”.
Por toda la ciudad había carteles anunciando las corridas del mes y en el módulo de información se ofrecían recorridos a la plaza de toros, la escuela de tauromaquia, conferencias sobre el orígen de la “fiesta”, visitas a las ganaderías, etc. En algunas cantinas, restaurantes y hoteles había viejos carteles taurinos e incluso cabezas de toros lidiados decorando el comedor; con un pelaje tieso y polvoso y esa mirada fija que tiene una víctima, donde podemos intuir que lo último que vio no fue agradable.
La cantidad de perros deambulando pondría nerviosa a cualquier rescatista, desde cachorros hasta hembras preñadas, pasando por perros sarnosos, con lanas apelmasadas, heridos… Imposible ayudar a todos, y menos si estás de paso un domingo que todo cierra.
Aún así, debo reconocer que hay una realidad paralela donde se ven ciertos avances en la cultura de respeto hacia los animales. Hoteles pet friendly, opciones vegetarianas en los restaurantes, leche de soya en supermercados y misceláneas, carteles de perros en adopción. Y sí, nos puede sonar nimio en comparación de todo lo que falta por hacer o todo lo que ya debería haberse hecho, pero prefiero centrarme en lo que hay que en la carencia y usar estas visiones como motor para inspirarnos a seguir trabajando por la defensa de los animales.
Conozco a muchos activistas del interior de la república y ellos me comentan lo complicado que es lograr que la idea penetre en la mentalidad de los habitantes locales. En el caso de la gente de escasos recursos, los animales son en ocasiones un símbolo de poder económico: los tienen porque los pueden mantener, aunque para nuestros estándares sea en unas condiciones deplorables donde sería mejor no tenerlos. En el tema de la alimentación eso del veganismo se les hace una moda capitalina y las opciones aún son limitadas a menos que uno cocine o haga sus propias recetas. Sin embargo, estos activistas hacen una gran labor por ser pioneros en lugares donde lo que promueven todavía no ha permeado a la sociedad local.
Yo disfruto salir al campo, viajar al interior de México y aún con todo lo que veo que me duele y me gustaría eliminar de tajo, soy capaz de ver que estamos cambiando, que cada vez más gente joven tiene una postura hacia los animales y que ésta puede ser muy distinta de las tradiciones bajo las que creció.
Estamos haciendo un recambio generacional e incidir en niños y adolescentes ha de ser tarea prioritaria si queremos sembrar y ver los frutos en décadas.
Los invito a transformar de raíz nuestra educación, mentalidad y sensibilidad para que un día recordemos como anécdota que solíamos considerar espectáculo torturar y matar animales e incluso les dedicábamos estatuas en homenaje a nuestra crueldad.