Algo está sucediendo últimamente que me sorprendo de la cantidad de opciones vegetarianas y veganas disponibles. He asistido a unas cuantas posadas y todo el alimento que se ofrecía era de orige vegetal. En un par de restaurantes al ver el menú con suspicacia me preguntaban si era vegetariana para ofrecerme opciones, y hasta un par de meseros me entendió al decirle que era vegana.
Amigos con los que he comido piden la opción sin carne e incluso en el mercado de Tepoztlán hay dos puestos de alta cocina mexicana vegetariana. Si no hablamos de comida, me he topado con gente que opta por productos no probados en animales y que en sus compras navideñas evita lanas y cueros. Incluso un amigo optó por la chamarra que no tenía relleno de pluma de ganso, aún cuando era más cara porque está más sensibilizado ante el tema.
Sé que la oferta de productos animales está más a la mano y es mayoritaria. Sin embargo, creo que a veces nos cuesta poner la mirada en lo que sí hay, en los cambios, en los avances y nos regodeamos en el sufrimiento y la crueldad que implica la expolotacion animal.
Esa realidad está ahí y tenemos que aceptarla, lo cual no implica que nos crucemos de brazos y no trabajemos para transformar lo que no nos gusta, lo que conlleva un tipo de injusticia, sea hacia la especie que sea. Pero quisiera invitarlos a que repasáramos los éxitos que ha tenido nuestro movimiento y que seamos capaces de reconocer que nos estamos moviendo hacia una mayor cultura en el trato que damos a los otros animales.
Hemos prohibido circos con animales, declarado municipios y ciudades antitaurinas, escuchado propuestas legislativas para penalizar el maltrato animal, visto sanciones a quienes lo practican. Abierto tiendas y restaurantes veganos. Todos conocemos alguien que ha adoptado un perro o un gato, gente que practica el Lunes Sin Carne, sea por las razones que sean, omnívoros simpatizantes con el veganismo, comensales dispuestos a probar y que disfrutan otro tipo de platillos a los que usualmente consumen.
Siempre he considerado que Navidad es una época que resalta las carencias, lo que no hay. Y en esta ocación me propuse hacer el ejercicio opuesto y agradecer por los cambios que he atestiguado o de los que he sido parte. Todos podemos ser una inspiración para los demás, y hemos de ser cuidadosos de cómo invitamos a los demás a dar el paso. Sé que nos gustaría que fuera más rápido o contundente como tal vez lo fuimos nosotros, pero cada quien tiene su momento y para algunos ese momento de cambio no llega nunca. Aún así, la imagen que tienen de nosotros es de alguien que es coherente con lo que cree, que se preocupa por el sufrimiento ajeno e intenta minimizarlo.
Nuestra meta es ambiciosa y algunos la considerarán útopica, pero si tomamos distancia respecto al objetivo final y nos enfocamos en los aparentes pequeños logros que hemos alcanzado, estamos caminando por buena senda y podemos estar orgullosos.
Nuestro afán de sumar más adeptos a la causa no reporta beneficio alguno a nuestra persona, o quizá indirectamente yo me siento más tranquila de rodearme de vegetarianos a la hora de comer, pero lo que quiero decir es que cada vez que recomendamos opciones respetuosas para los animales estamos inspirando a un cambio. Así como alguien alguna vez nos motivó a hacer algo, así debemos nosotros invitar a que los demás lo hagan, con la misma empatía que pedimos para los animales.
No niego que hay frustración y decepción, pero también mucha esperanza e ilusión en que este mundo se convierta en lo que queremos que sea, o mejor dicho, no es el mundo quien ha de cambiar, sino los individuos que lo conformamos.
Todos y cada uno podemos mirar compasivamente a los animales, al prójimo humano, a nosotros mismos y agradecer que somos más quienes estamos labrando una amplia y larga senda de justicia, respeto, amor y paz.
¡Felices fiestas para todos!