El estadounidense Walter Palmer, dentista de Minnesota pagó $55 mil dólares por matar en una cacería en Zimbawe al conocido león Cecil, quien por más de una década fue la atracción central del Parque Nacional de Hwange.
De acuerdo con la portavoz de la policía zimbabuense Charity Charamba, el estadounidense enfrenta cargos de caza furtiva. «Hemos arrestado dos personas y ahora estamos buscando a Palmer en conexión con el mismo caso», dijo Charamba. De ser hallados culpables enfrentaría una sentencia de 15 años de prisión. En estos momentos se cree que Palmer está en Estados Unidos, aunque se desconoce su paradero exacto.
El animal, de 13 años, fue herido con una flecha tras atraerlo fuera de la zona de protección del parque con una carnada, y huyó. Luego de 40 horas de búsqueda Cecil fue encontrado por los cazadores, quienes le dispararon. Posteriormente le quitaron la piel y le cortaron la cabeza como trofeo de caza.
Palmer era un cazador polémico por haber sido acusado en 2006 de matar un oso negro en zona de protección de animales y se disculpó diciendo que lamenta “profundamente que la práctica de una actividad que amo y que practico responsablemente y de forma legal haya acabado con la muerte de este león».
Creo que Palmer no comprende que la indignación mundial no es por matar a Cecil en particular, sino por haber pagado 55 mil dólares por matar a un animal y usar su cabeza como trofeo. Y Cecil es sólo una de tantas víctimas de los cazadores, furtivos o legales.
La muerte de Cecil afecta a su manada pues sus tres hembras e hijos no podrán sobrevivir a la llegada de un nuevo macho.
Comprendo el enojo de la sociedad ante este homicidio doloso, pues fue practicado con premeditación, alevosía y ventaja. Una práctica equivalente con seres humanos es penada con cárcel, pero volvemos a la excusa especista de “sólo son animales”. ¿No tenía Cecil una familia? ¿No quería vivir en paz como queremos todos? ¿qué hace la diferencia entre este crimen y cualquier otro, sea la víctima de la especie que sea?
Y tal vez de la misma forma que Walter no comprende por qué protestamos ante la muerte de Cecil pero no por la del alce que mató con arco y flecha y le valió un reportaje en New York Times, tampoco entiendo por qué no protestamos enérgica y masivamente por las muertes de miles de millones de animales que mueren en manos humanas para ser convertidos en comida, vestimenta, material de laboratorio o en espectáculos. Ninguno de nosotros es responsable de la muerte de Cecil, pero sí de las vacas, los pollos, los cerdos, los peces, etc. que consideramos alimento y pagamos, como Walter, para que alguien los lleve a su muerte.
Cecil es uno de esos animales que se convierten en emblemáticos porque ponen sobre la mesa la forma en que seguimos considerando a otras especies. Hemos hecho divisiones arbitrarias donde unos “son para comer”, otros “para divertirnos”, otros “para proteger”, otros para “ser compañeros”, otros “para trabajar”, y así los hemos acomodado a nuestra conveniencia para poder disponer con mayor o menor culpa de sus vidas.
Si la muerte de Cecil sirve de algo, ojalá fuera para abordar con seriedad el tema de la cacería deportiva o de trofeo, actividad por demás violenta, abusiva, retrógrada e innecesaria. Pero más allá de eso, que son decisiones que tal vez no esté en nuestras manos regular legalmente, que nos ayude a reflexionar sobre lo preciado de la vida animal, esté en peligro de extinción o no.
Cada animal no humano, como nosotros quiere sobrevivir y no debería ser un capricho del paladar ni el poder del dinero lo que cercene una vida.