Navidad es época de paz, compasión, amor, eso se nos dice y eso queremos creer e intentamos practicar. Sin embargo, la época navideña lanza mensajes contradictorios: nos incita a la paz y a la espiritualidad, y al mismo tiempo inculca consumismo y egoísmo. La mayoría no quiere saber los métodos de producción de los regalos que da o recibe, ni del menú que alegremente degustará en familia. Tampoco se preocupa por el destino final del árbol que fue talado para decorar temporalmente sus hogares y que luego de un par de meses terminará en la basura, ni por los plásticos, envolturas y desechos no siempre amistosos con el planeta. No queremos saber cosas que nos incomoden, que puedan hacernos sentir responsables de nuestras, aparentemente, superficiales decisiones.
Si nos apegamos estrictamente a la tradición, Navidad es una fecha para celebrar el nacimiento de Jesús, quien vino al mundo a lanzar un mensaje de amor a través de frases como «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», o “No matarás”. No creo que él hablara exclusivamente de un prójimo humano o de no matar únicamente a los miembros de la propia especie. El Amor verdadero no pone esos límites arbitrarios, somos nosotros quienes acomodaticiamente trazamos fronteras para designar quien sí es merecedor de nuestra consideración moral y quién no.
Para regalar “algo original”, en Navidad aumenta también la compra-venta de animales de compañía. Una vez pasada la euforia del cachorro, un 30 por ciento de los animales adquiridos -y sus crías- son abandonados por no asumir lo que implica compartir la vida con un perro o un gato. Si hemos decidido incluir a un nuevo miembro en nuestra familia, lo mejor es adoptarlo de un refugio o rescatarlo de la calle.
Este mensaje no ha de tomarse como una crítica a la celebración o al consumismo –condenable por muchas razones- sino como una invitación a asumir el gran poder que tenemos como consumidores en cada una de nuestras elecciones al optar entre la vida y la muerte de otros animales, y el cuidado o deterioro de nuestro medio ambiente.
Respetamos aquello con lo que nos vinculamos, con lo que de una u otra forma nos identificamos o percibimos cercano. Con los animales no humanos compartimos más de lo que nos permitimos ver: miedo, dolor, sed, hambre, frío, soledad, aburrimiento, tristeza, pero también alegría, placer, tranquilidad, gusto por la compañía y el juego. Intentamos, como ellos, disfrutar al máximo de la existencia.
El amor, la compasión, la solidaridad, no tienen fronteras ni se limitan a seres de nuestra propia especie. En eso radica la generosidad y el verdadero espíritu de paz que habría de permear no sólo esta temporada, sino la cotidianidad.
Nosotros tenemos muchos deseos, los animales, en cambio, sólo desean vivir, ser libres y no ser torturados. No nos cuesta mucho concederles eso ¿o sí?
Los invito a que esta navidad incluyan a los animales en su corazón y los dejen fuera de su mesa. Con empatía y respeto podemos construir el mundo que queremos.
¡Felices Fiestas para todos!