Santo Padre:
Todos los cristianos le imploramos: hable sobre las crueldades que se cometen contra las criaturas de Dios; anualmente a miles de millones se les niega todo lo que Dios quiso para ellos y no se los trata ni con la compasión de Cristo ni con la piedad de Dios. Al iniciar otro año de su papado, todos los cristianos oramos fervientemente y con optimismo por su buena salud y entereza en aras de la justicia, la compasión y la paz, tanto en la Iglesia como en el mundo.
Como alguien que comparte su compromiso con la justicia hacia todas las criaturas de Dios, me sentí muy complacido por el nombre que escogió: Francisco.
De todas las virtudes que conlleva este nombre, ninguna es más representativa que su amor por los animales. Los llamó sus “hermanos” y “hermanas”, y fue famoso por predicarles a las aves ¡e incluso a los peces! En una ocasión, persuadió a un lobo para que dejara de atacar a los granjeros locales si los granjeros consentían en alimentar al lobo. ¿Convertir a un carnívoro al vegetarianismo? Nada representa mejor el poder de San Francisco.
¿Cómo cree San Francisco que deberían ser tratados sus hermanos y hermanas con plumas, pelaje y escamas? Tiene que haber pensado que lo que les sucede importa, más allá del interés humano. ¿Por qué pensaría esto? Porque lo que les sucede hace una diferencia en la calidad y duración de sus vidas. O viven una vida larga y fructífera, que es lo que San Francisco referiría, o sufren y mueren prematuramente.
Desde luego, Papa Francisco, usted, como el resto de nosotros, con seguridad cree que el maltrato hacia cualquier criatura de Dios se comete contra la voluntad de Dios. Tengan derechos o no los animales, con toda seguridad merecen ser tratados con piedad y bondad, gratitud y compasión, respeto y admiración. ¿Quién, en plena posesión de sus facultades, puede estar en contra de darles a estas criaturas un trato y un cuidado humanos? Bueno pues, evidentemente, depende.
Considere algunos ejemplos de lo que les sucede a los animales en los laboratorios de investigación. Gatos, perros, primates no humanos y otros animales son ahogados, sofocados y hambreados hasta morir. Son quemados, sometidos a radiación y usados como “conejillos de india” en la investigación militar. Se les extraen quirúrgicamente los ojos y se destruye su audición. Sus miembros son amputados y sus órganos destrozados. Se usan medios invasivos para provocarles paros cardíacos, úlceras y convulsiones. Se los priva del sueño, se los somete a electroshocks y se los expone a temperaturas extremas.
Cada uno de estos procedimientos y sus consecuencias cumplen con los requisitos de todas las leyes federales en todas partes. Cada uno se ajusta a lo que los inspectores federales consideran “cuidado y tratamiento humanos”.
La misma ideología aplica a cómo se trata a los animales de granja. Es un procedimiento estándar que los terneros pasen toda su vida confinados individualmente en compartimentos estrechos, tan estrechos que no pueden darse la vuelta. Las gallinas ponedoras viven un año o más en jaulas del tamaño de un cajón de archivero, siete o más por jaula, después del cual son rutinariamente hambreadas por dos semanas para estimular otro ciclo de postura. Las cerdas se alojan durante cuatro o cinco años en compartimentos individuales cercados (jaulas de gestación), apenas más anchas que sus cuerpos, en donde son forzadas a parir una camada tras otra.
Hasta hace relativamente poco tiempo, debido al temor a las “vacas locas”, el ganado destinado a la producción de carne y leche que estaba demasiado débil para pararse (“vaca caída”) era arrastrado o empujado hasta el matadero. Gansos y patos son obligados a comer el equivalente humano de trece kilos de alimento por día para agrandar su hígado, lo mejor para satisfacer la demanda de foie gras. Todas estas condiciones y procedimientos demuestran la relevancia del compromiso de esta industria con la piedad y la bondad, la compasión y la misericordia.
¿Y qué es lo que consiente la captura o crianza “humanitaria” de animales con fines peleteros? He aquí algunos ejemplos.
En la industria de la piel, el visón, la chinchilla, el mapache, el lince, el zorro y otros animales que se crían por su piel, son confinados en jaulas de malla metálica durante toda su vida. Pasan las horas que permanecen despiertos caminando de un lado al otro, balanceando la cabeza, brincando contra los lados de la jaula, mutilándose a sí mismos o devorando a sus propios compañeros de jaula y de especie. Para matarlos, les quiebran el cuello o los asfixian (usando dióxido de carbono o monóxido de carbono), o les introducen electrodos en el ano para “freírlos” desde adentro.
Los animales capturados en sus hábitats tardan en promedio quince horas en morir. Los animales que caen en las trampas con frecuencia se arrancan con sus dientes los miembros atrapados en sus inútiles intentos de recuperar su libertad. A pesar de su evidente crueldad, todo esto es perfectamente legal. Todos los cristianos le imploramos: hable sobre las crueldades que se cometen contra las criaturas de Dios; anualmente a miles de millones se les niega todo lo que Dios quiso para ellos y no se los trata ni con la compasión de Cristo ni con la piedad de Dios.
Entre sus múltiples problemas y preocupaciones, por favor, hágale honor a San Francisco de Asís y al llamado del catecismo levantando su voz en nombre de los otros animales de Dios.
Tom Regan
(traducción Ana Tamarit)
Tom Regan es un filósofo estadounidense que está especializado en la teoría sobre los derechos de los animales. Es profesor emérito de filosofía en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, donde enseñó desde 1967 hasta su retiro en 2001. Regan es autor de cuatro libros sobre la filosofía de los derechos de los animales, incluyendo The Case for Animal Rights, uno de un puñado de estudios que han influido en el moderno movimiento de liberación animal.