Desde que se dio a conocer que la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid iba a sacrificar a Excalibur, el perro que vivía con la enfermera infectada con ébola, para evitar el riesgo de contagio, más de 300.000 personas firmaron en redes sociales para intentar frenarlo. Sin embargo, el consejero madrileño de sanidad, Javier Rodríguez dijo que “no había más remedio que sacrificarlo” .
Ni siquiera el recurso contra la orden autonómica, ni la solicitud de suspensión como medida cautelar que interpuso el Partido Animalista (Pacma), surtieron efecto.
El Tribunal Superior de Justicia de Madrid autorizó a la Consejería de Sanidad a entrar en la vivienda de la enfermera contagiada para que se procediera a capturar al perro del matrimonio para su sacrificio.
El permiso judicial se produjo después de que el marido se negara a permitir que se entrara en su vivienda, dado que su mascota es uno más de la familia.
Expertos aseguran que nunca antes se ha producido un contagio entre perro y hombre por lo que consideran prescindible el sacrificio del perro. Sin embargo otros lo consideraban necesario para eliminar cualquier posible riesgo. Por “principio de precaución” han matado a un perro que ni siquiera se sabía si estaba contagiado o no. Entraron a la vivienda y lo mataron, eso sí, sin dolor y con altas medidas de bioseguridad.
Esto nos suena a película de ciencia ficción, sólo que en éstas extraterrestres o villanos hacen este tipo de sacrificios con seres humanos cautivos en laboratorios clandestinos y al final llegan los héroes a salvarlos. Aqui ni fueron extraterrestres, ni fue ilegal, ni alguien vino a salvar a Excalibur. Somos nosotros quienes con nuestra legislación excluyente de otras especies cortamos de tajo una vida “por precaución” sin plantearnos algunas implicaciones morales.
¿No pondríamos el grito en el cielo si este principio se aplicara a los vecinos de la enfermera, al marido, o a quien la contagió? Ellos también estuvieron en contacto con la enferma. Para algunos humanos no escatimamos las atenciones médicas y no hay nada reprobable en ello, sólo que al perro ni siquiera se le hizo un análisis, ni se le puso en cuarentena, simplemente se decidió que era lo mejor para nosotros, no para él.
El asunto de Excalibur abre la puerta, creo yo a discusiones como la interrupción del embarazo y la eutanasia y a revisar las fronteras donde colocamos “el valor de la vida”. Porque pareciera que la vida que más vale es la humana y ¿cuáles son nuestros criterios para justificar eso? Los diálogos en redes sociales sobre el sacrificio del perro eran del tipo: “entre la vida de un humano y la de un perro, sin duda la del humano”, “sacrificaría a todos los perros con tal de salvar a un humano”. Nuestro nivel de discusión al respecto es bastante ramplón e ignorante. No podemos generalizar una respuesta, depende qué humano y qué perro.
Y es que con el mito de la sacralidad de la vida humana avasallamos a otras formas de vida por considerarlas inferiores o de menor importancia. Nuestra existencia es la que vale la pena mantener a toda costa y nos cuesta mucho ver la diferencia entre el mero hecho biológico de vivir, y el llevar una existencia plena.
Pienso en la impotencia de los activistas apostados a las puertas del domicilio para impedir el sacrificio, pienso en el dolor del marido de la enfermera al saber que un miembro de su familia les fue arrebatado por el sistema sanitario español, el mismo para el que ella trabajaba, en la mujer, quien por servir a un contagiado recibe en pago no sólo poner en riesgo su salud -implícito en su profesión- sino la muerte probablemente innecesaria de su compañero no humano, y pienso en Excalibur quien al ver humanos entrar a la vivienda donde llevaba varias horas solo, seguramente movió la cola, y con esa mirada con la que los perros te muestran el alma, no imaginó que le daba la bienvenida a una muerte precautoria.