Estamos acostumbrados a escuchar el término “perros de la calle”, como si estos animales fueran parte del paisaje urbano, como si los perros pertenecieran a la calle. Por otro lado, cuando hablamos de los perros de la calle para aludir a los animales sin hogar, excluimos a los gatos. Lo más curioso es que la mayoría de la gente considera que la calle es su habitat. “A los gatos no les gusta vivir en las casas con las personas; son muy vagos”, suelen decir.
Pero el problema de los animales abandonados no se limita a las grandes ciudades, ni siquiera a pequeños poblados; ha rebasado las demarcaciones urbanas y llega hasta las carreteras y autopistas.
Cuando los activistas por los derechos de los animales decidimos tomarnos unas vacaciones cortas, sabemos muy bien que nuestro descanso será relativo. Al salir de la ciudad comenzamos a ver perros atropellados a la orilla del camino, canes famélicos y sarnosos mendigando un trozo de comida en los puestos ambulantes, perros de raza que seguramente fueron abandonados por haber dejado de ser el gracioso cachorrito que unos padres compraron en navidad por capricho de un niño.
Imposible alimentar a todos, cerciorarse de que esos cuerpos tendidos a la vera del camino no agonizan ya y han dejado de sufrir, rescatarlos, encontrarles un hogar, llevarlos al veterinario. Imposible y frustrante.
Los gatos no lo tienen más fácil, sólo que resulta menos común verlos. Con la absurda creencia de que tienen siete vidas, se les deja a su suerte para que sobrevivan como puedan. Se les utiliza como “control de plagas” para que exterminen roedores, pero cuando se reproducen en exceso se les envenena o asfixia en bolsas de plástico. Ellos son más propensos a contraer enfermedades, especialmente hongos, y si no reciben la adecuada atención veterinaria, pueden perder la vista o morir rápidamente.
Si en las ciudades es deficiente el control de animales sin hogar, en las provincias es peor aún. Los gobiernos locales tienen políticas de exterminio masivo que van desde redadas nocturnas hasta cacerías donde se balacea a los perros que vagan por las calles. Las sociedades protectoras de animales –si es que las hay- no se dan abasto para rescatar a tantos perros y gatos, y tampoco tienen estrategias bien trazadas para presionar al ayuntamiento a realizar esterilizaciones a bajo costo.
Esos perros que vemos caminando a la orilla de la carretera ¿a dónde irán? ¿de dónde vienen? Todo comienza siempre con una crianza irresponsable de animales de compañía que después terminan en las calles y de ahí se han ido extendiendo a las poblaciones suburbanas hasta llegar a las vías rápidas, donde buscan comida en la basura o se conforman con los pellejos que les dan en los puestos de antojitos.
Tomar el coche y salir de vacaciones no es la opción más relajante para quienes detectamos el sufrimiento animal entre los valles o bosques que conforman el paisaje. Y qué decir de los camiones que transportan animales en condiciones de campo de concentración nazi: gallinas, pollos y cerdos amontonados en pequeños espacios, sin alimento ni agua, soportando las inclemencias del tiempo y sujetos a un conductor que puede dejarlos bajo el rayo del sol el tiempo que se le antoje, mientras come a uno de esos animales que transporta, a manera de torta o taco.
Para nosotros, las carreteras han dejado de ser el paisaje bucólico que nos hace olvidar los problemas de la ciudad. Son por el contrario, un recordatorio puntual de lo que estamos haciendo con la naturaleza y sus habitantes no humanos.
Todo esto me hace recordar la novela de Paul Auster, Timbuktu, que es el lugar donde van los humanos cuando fallecen y que desgraciadamente no acepta animales de compañía. Usando la metáfora de un indigente y su perro, Auster nos habla de la lucha por la supervivencia y la adaptación a circunstancias difíciles. Un lugar donde no se permita la entrada a animales de compañía después de haber muerto, no es mi idea de un paraíso, pero un lugar donde a los animales se les tiene muertos en vida, va más acorde con mi idea del infierno.
Gracias por tus artículos son muy contundentes y generan la conciencia que los animales tanto necesitan, definitivamente la solución es la esterilizacion es importante estar presionando a los estados para hacer las masivas y que nuestros peluditos se encuentren controlados es muy importante la responsabilidad social
Gracias por leerme, creo que juntos podemos hacer que esta situación cambie.
Tienes toda la razon en tu escrito yo pienso igual y me desespero cuando no esta en mi mano hacer mas.
A veces luchar contra la impotencia es lo más difícil de nuestra causa