Tres películas recientes han sido duramente criticadas por activistas pro derechos de los animales: El Hobbit (EUA), Life of Pi (EUA) y Blanca Nieves (ESP).

En la primera murieron 27 animales por las condiciones en las que se les tenía fuera de escena, en la segunda se usó un tigre adiestrado para la creación de las mayoritarias imágenes en animación, y la tercera mató nueve toros empleados para representar una lidia, lo cual incumple la Ley de Protección de los Animales Domésticos de España, donde “la crueldad, maltato y sufrimiento no simulado de animales en cine o televisión” constituye una infracción “muy grave”.

Esto revela, entre otras cosas, las fallas que hay en la regulación del uso de animales en filmaciones, ya que las organizaciones como American Humane Association, que supervisan que no se maltraten animales durante las grabaciones, ya no están facultadas para evaluar las condiciones en que se les transporta o mantiene fuera de escena.

En el caso de recurrir a animales para la creación de imágenes digitales, éstos obviamente son mantenidos en cautiverio y adiestrados -de forma casi siempre violenta- para la realización de ciertos trucos o controlar su comportamiento natural.
En el caso español los animales fueron toreados en una plaza y los mataron después del rodaje, pues una vez que conocen la dinámica ya no pueden ser usados en corridas de toros, y sólo sirven para carne.

En un viaje en autobus proyectaron Life of Pi y recordé haber leído que en 1950 había en India cerca de 40 mil tigres en libertad y hoy día quedan cerca de 2 mil, casi la mitad de la población mundial total. Las grandes amenazas de estos felinos son la expansión de los asentamientos humanos y la cacería furtiva para medicamentos asiáticos tradicionales. En lo que va del año, en India se han matado 58 tigres -dos diarios-, según reporta la base de datos de National Tiger Conservation Authority.

Tenemos la idea de que los tigres son animales que atacan por placer, pero “ellos no se acercan a los humanos y sólo atacan cuando tienen hambre o cuando son provocados”, dice Belinda Wright, directora de la ONG Wildlife Protection Society of India.

No puedo negar que la película tiene hermosas imágenes y varios mensajes muy profundos sobre Dios, la naturaleza de los seres tal cual son, el desapego, la supervivencia, la rendición, la humildad, la valentía, la voluntad, el respeto hacia los otros y la conexión que existe entre todos los vivientes.

La escena en que Pi, después de una tormenta que los dejó sin provisiones y luego de más de 200 días en altamar, le dice a su felino compañero de naufragio, Richard Parker “¡vamos a morir!”, y por primera vez se le acerca al tigre ya desmayado de hambre y sed, tomando su enorme cabeza para colocarla sobre sus muslos, me hizo sentir que si algo tenemos en común con el resto de los animales es nuestro esmero por sobrevivir. No es tan diferente la lucha que hacen ellos para conseguir alimento y mantenerse a salvo, de nuestra vida cotidiana y su constante búsqueda de bienestar.

Ese momento en que el vegetariano Pi atrapa un pez para alimentar al tigre, me pareció sublime. “Yo puedo comer galletas”, y llorando le pide perdón y lo mata, agradeciendo que se haya presentado para ayudar a su compañero a sobrevivir. Pi, como los humanos, tiene opciones morales y pudo elegir comer galletas mientras las tuvo. Nosotros no estamos en condiciones extremas, ni necesitamos matar animales para vivir.

La pequeñez del individuo frente a la magnificencia de la naturaleza, la forma en que nos vinculamos diariamente con nosotros mismos y lo que nos rodea, y la esencia de los seres y el respeto que esta nos merece, nos pueden dar pautas para llevar una vida más armónica y en paz.

Confío en que esta clase de películas nos haga reflexionar sobre el papel que nos hemos adjudicado en la existencia, que las más de las veces no tiene final feliz para los no humanos.