Tuve la oportunidad de asistir como voluntaria a un evento del Día del Niño para instituciones de asistencia privada. Los beneficiarios serían niños desde 3 hasta 18 años, algunos con severo retraso mental y abandono, otros con hogares problemáticos y una mayoría de ellos sin familiares.
Más allá de que este sea un espacio donde hablo de animales, en esta ocasión quisiera hacer un símil, -que a muchos resulta ofensivo y aún no entiendo porqué- entre la vulnerabilidad de ambos grupos.
Más allá de lo incoherente que pueda parecerme alimentar a estos niños con salchichas, reconozco el trabajo bien intencionado que hacen algunas instituciones para rescatar de la violencia, el abandono, la calle, a estos chicos. El resto es un proceso educativo y de conciencia y ese es nuestro trabajo.
¿Qué tienen en común quienes se dedican ayudar a los niños y los activistas por los derechos de los animales?
Cuántas veces no hemos escuchado la pregunta sobre por qué no nos dedicamos mejor a los niños en lugar de invertir nuestro tiempo en los animales. O el comentario sarcástico que considera nuestra causa como la menor entre muchas otras.
Es curioso que quienes se dedican a algún tipo de altruismo no lo formulan en estos términos. Son más respetuosos y reconocen que también alguien debe preocuparse por otros grupos vulnerables. Son quienes no dedican su tiempo libre al voluntariado quienes minimizan el esfuerzo de defender animales, siendo que ayudarlos es, en mi opinión, más sencillo que poner un orfanato o una institución educativa seria. Para ayudar a los animales, basta modificar hábitos de consumo. Claro está que los activistas damos un paso más allá y nos extendemos hacia áreas educativas, legales, mediáticas, etc.
Cuando cambia la consideración moral que le damos al otro, cambia nuestra actitud hacia éste, y aquí no hay diferencia de especie, o no debería haberla. Los chicos abandonados, maltratados física y emocionalmente, no son muy diferentes a los animales no humanos en la misma circunstancia, ni las causas de su maltrato tienen una raíz tan diferente como se pensaría.
Lo que está en juego en ambos grupos es la falta de empatía, de compasión. La violencia, el egoísmo, la crueldad simplemente buscan distintos blancos para descargarse, y lo hacen siempre con los más débiles.
Los niños de este evento de beneficencia conocen el abandono, la soledad, la injusticia, pero también han corrido con la suerte de tener una segunda oportunidad, que si bien puede parecernos insuficiente frente a lo que sería una situación ideal, en estos casos es la diferencia entre ninguna posibilidad y una posibilidad real de un mejor futuro.
Los animales en cautiverio, a punto de morir, no tendrán una segunda oportunidad, pero a través de ellos, de sus vidas, sus historias, los activistas intentamos generar un cambio en la mentalidad de las personas para que estas situaciones no se repitan más.
Dedicar tiempo a ayudar, sea cual sea la causa, nos enriquece como individuos, nos enaltece como especie. La satisfacción que puede dar ver a un niño sonreír cuando recibe alimento, un juguete o una palabra de afecto, puede equipararse al profundo gozo de contemplar la mirada de un animal en libertad.
Finalmente, la llave para romper cualquier cadena está en el corazón.