El domingo apareció en Quadern de ciutat un artículo de Lluís Anton Baulenas titulado «Quan et sents com un porc».
Seguramente el señor Baulenas nunca se ha sentido como un cerdo: encerrado en la oscuridad, sin poder moverse, rodeado de excrementos. Tampoco ha sufrido mutilaciones sin anestesia, ni ha sido sometido a castración. Evidentemente al señor Baulenas no lo abrirán en canal ni lo arrojarán a un tanque de agua hirviente por muy mal que se porte.
Pero para los millones de cerdos que se matan para convertirlos en comida esto es procedimiento legal y rutinario.
Esto es violencia. La única diferencia es que quien la padece no es un ser humano, sino un animal no humano.
Al hablar del vegetarianismo como una alimentación no violenta lo que hacemos es rechazar la idea de que los animales son comida y que ese proceso necesariamente involucra un grado de violencia. No hay violencia necesaria. Esta se ejerce sobre el más débil, sobre el que no puede defenderse.
El activismo por los derechos de los animales intenta abrir los ojos a personas como el señor Baulenas, que no se considera violento -y seguramente no lo es con otros humanos- pero ignora el enorme grado de sufrimiento que causamos a los animales que nos comemos.
Ver la realidad puede ser doloroso e incómodo, pero las cosas han de llamarse por su nombre y matar, es violento.