Nueva rebelión en la granja

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A veces llegan a nuestras manos libros que uno jamás habría pensado leer. Eso me sucedió con Abriendo jaulas de Leonora Esquivel Frías. Tras una primera ojeada al índice, el lector podría inferir que está frente a un texto de superación personal: “Soñar”, “Aprender”, “Confiar”, “Trabajar”, “Amar”, “Liberar”. Más un apartado de testimonios y otro titulado “Retirada”. Sin embargo, al adentrarse en su lectura, ya desde sus primeras páginas, se hace evidente lo erróneo de esa suposición. No se trata de un libro de superación personal. Más bien, de un singular trabajo que es a la vez crónica personal, una toma de postura ética y, por lo tanto, política, y una denuncia de nuestros hábitos de maltrato a otros seres vivos del planeta que consideramos inferiores. Organismos con sistema nervioso y, por lo tanto, capacidad de sentir.

La autora parte de la premisa de que matar y comer animales no es respetable bajo ningún concepto, y que el hacerlo como lo hacemos, masivamente y con absoluta indiferencia hacia su sufrimiento, implica consecuencias graves no sólo para el medio ambiente —deforestación por la ganadería, metano contaminante proveniente de las reses sacrificadas— sino para nuestra salud. Uno de los aciertos de Abriendo jaulas es que no se limita a enfatizar la crueldad empleada en granjas industriales y mataderos, o a cuestionar la frivolidad humana que sirve de sustento a peleterías y curtidurías. Va más allá y documenta lo que sucede en laboratorios donde, por ejemplo, conejos albinos son torturados con sustancias abrasivas para la elaboración de cosméticos o la pasta de dientes que utilizamos cada día, y también lo que ocurre en circos, delfinarios, zoológicos y acuarios, donde la diversión de los humanos se consigue gracias al sadismo ejercido sobre los animales. Hay una crítica muy combativa, quizá uno de los aspectos más controversiales del libro, al especismo con que se justifica el apetito omnívoro de la mayoría, y a sus flagrantes contradicciones, como declararse alguien protector de los animales mientras asiste feliz a una corrida de toros. Esquivel Frías no duda en convocar a sus lectores a las filas del vegetarianismo, por motivos de salud y de conciencia moral, aun a sabiendas que muchos estarán en contra y refutarán sus argumentos con la misma ferocidad.

Abriendo jaulas es asimismo la historia de un activismo, el de la propia autora, desde el deslumbramiento inicial, mientras cursaba sus estudios de posgrado, al leer y tratar a Peter Singer, pasando por sus primeras experiencias en organizaciones civiles en Barcelona, su entrenamiento en People for Ethical Treatmente for Animals (PETA), hasta la creación y exitosa internacionalización de su propia ONG, AnimaNaturalis. Los viajes, sus relaciones amorosas, las rivalidades surgidas en el seno de organizaciones hermanas cuyo presumible altruismo se troca en boicot y competencia, se narran de una forma muy amena que enriquece los pormenorizados alegatos en contra de la guerra unilateral declarada a los animales. Hay mucho de sabroso anecdotario en esta obra, de nostalgia y tristeza al reportar no sólo las victorias alcanzadas —cierre de cosos taurinos, prohibición de la explotación de los animales en los circos— sino también las vicisitudes y las enormes dificultades al defender una causa que, a pesar de congregar cada vez a más simpatizantes, sigue siendo minoritaria entre “tantas injusticias en el mundo”. Y sí, visto de esa manera, Esquivel tiene razón. Basta solicitar un menú en casi cualquier restaurante del planeta, repleto de cadáveres animales, para comprobarlo.

Vuelvo a la idea de que Abriendo jaulas es, entre otras cosas, amén de muy entretenido y didáctico, un libro político. En alguna entrevista la autora lo ha definido como un itinerario ético. Puede ser, pero no hay que pensar que, por querer educar y transmitir un mensaje, se traduzca en un mero panfleto o propaganda de apostolado. Sería más preciso inscribirlo en esa vigorosa tradición de libros que se interesan por los asuntos públicos hasta el punto de querer influir en ellos y transformarlos; que hermanan la acción y el pensamiento en perfecta coherencia. Que hacen diciendo, en lugar de prometer que harán. Podría afirmarse incluso que es una acción más de una activista. El lector podrá asentir o disentir, amar u odiar la postura defendida en este libro escrito estupendamente, por otra parte, pero de ningún modo quedará indiferente.

Adrián Curiel Rivera

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