Cuando matamos, muere la racionalidad

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El homo sapiens se jacta de ser la única especie racional, enarbola la capacidad de raciocinio cada vez que le conviene distanciarse de los animales de otras especies: juzgar, analizar, argumentar, reflexionar, son supuestamente características propias de los seres humanos. Sin embargo, cuando llega la hora de ponerlas a la práctica no siempre están muy presentes, sobretodo cuando toca discutir el tema de los derechos de los animales.

Es lamentable ver cómo el ser humano no ha sido educado para usar su supuesta racionalidad cuando tiene que tomar decisiones que afectan a otros seres. Una mezcla de pasión enceguecida, subjetivismo, desconocimiento de causa o mera necedad toman el lugar de lo que debería ocupar una discusión bien fundamentada, haciéndonos caer en círculos viciosos o en conversaciones absurdas.

Hace unos días tuve la oportunidad de comprobar lo que digo al discutir con aficionados taurinos. Más allá de lo abominable de su afición, lo terrible resultó ser cuando afirmaron que «había toros que estaban felices de estar en la plaza y que ese era el mejor lugar para ellos». Intentar cambiar el concepto de felicidad por el de bienestar fue ya complicado, causando confusión y la reiterada posición de que los toros sí se veían alegres al enfrentarse al torero. La conversación llegó al punto en donde uno de ellos expresó su deseo de ser toro en su próxima vida y morir en la arena. «Porque es mejor morir en la plaza que en el matadero», como si a los toros sólo se les concediera estas dos opciones.

Cuando criticaron que la defensa de los animales parecía ser un radical asunto de «todo o nada» se refirieron a los animales en cautividad diciendo que los monos preferían tener el «cariño» de sus cuidadores que vivir en la selva sorteando peligros o no haciendo nada en un árbol. Al aclararles que la situación de los animales en cautiverio era una especie de esclavitud, uno de ellos hizo el símil entre su vida laboral y la de un animal en el circo. «yo también soy un esclavo», dijo.

Más allá de lo indignante que pueda ser esto si pensamos en los millones de esclavos humanos que aún existen, no se sustenta que un humano trabajador se compare con un elefante en el circo. Pero el interlocutor no ve su falta de lógica, lo absurdo de sus argumentos.

La mayoría de las veces que un ser humano mata, la falta de esa racionalidad tan presumida está presente. Cuando matamos o causamos sufrimiento innecesario y discriminamos en función de la especie, casi nunca tenemos una buena justificación moral, pero ni siquiera nos damos cuenta de esta premisa.

Al intentar defender la explotación, la crueldad y el sufrimiento de otros seres no solamente ocasionamos su muerte, sino la muerte misma de nuestra racionalidad, y con ello de nuestra humanidad.

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