Árbol, yo sí te voy a extrañar

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A todos los árboles que sigo extrañando

Has estado ahí desde hace 40 años. La vecina dice que cuando ella llegó a la colonia eras un pino pequeño del jardín de enfrente. Los pájaros han hecho sus nidos en tus ramas, te he visto agitado por los vientos de otoño, las ardillas subían y bajaban por tu tronco. Desde mi ventana, sonreía al contemplarte y ahora me siento culpable por no poder hacer algo para que sigas en pie.

Me pareció sospechoso que cubrieran la barda de la casa, justo a la altura de tu follaje, como si quisieran ocultar algo. Un buen día descubrí que te habían reducido de tamaño de la noche a la mañana. Quise creer que era una poda, pero dentro mío supe que planeaban talarte. ¿cuándo?

Mientras regaba mis plantas, avisté a un sujeto. serrucho en mano amenazando cercenarte uno de tus brazos. Llamé a la policía pero tardaron en atender, busqué otro número telefónico, ocupado. El tercero fue el efectovo, y los alerté sobre una poda clandestina. Tomé una fotografía, advertí al hombre que lo había descubierto y él bajo del árbol a toda velocidad. Al hacerlo confirmó mi sospecha: van a talar el pino.

Bajé corriendo los 47 escalones de mi edificio, crucé la calle y los enfrenté. Eran tres, no eran jardineros, eran asesinos a sueldo y mintieron descaradamente. Les dije que no tenía nada en su contra, que estaba ahí para impedir que cortaran el árbol, se rieron y dijeron que lo estaban recortando. La casa está abandonada desde hace años, seguramente la han vendido, la tirarán y edificarán otro monstruo de cemento, de esos que con una velocidad depredadora estrangulan a las casas y sus jardines.

Me tomaron fotografías y video, yo sólo anoté las placas de la camioneta negra y destartalada en la que se fueron mientras me insultaban. Me quedé parada frente al árbol aún erguido, sola. Un pájaro agonizante estaba a mis pies. A él no pude salvarlo. Al pino sólo le di unas horas más de vida. Regresarán por él y cumplirán su cometido: lo matarán en silencio, como mueren todos los árboles, dignos y desmembrados.

Pensé en el casi medio siglo que tiene su vida y cómo en una hora pudieron reducir su estatura, y en breve lo dejarán convertido en troncos, y luego en astillas, y después en vacío.

No hubo vecinos para acompañarme, la patrulla llegó cuando era ya demasiado tarde y se apenó de confirmarme que de todos modos no pueden hacer nada si los culpables del delito deciden no salir de la propiedad. Flagrancia. Tendría que estar yo vigilando de día y de noche para poder advertir a la autoridad de un delito ambiental y esperar que así puedan detenerlos y ponerlos a disposición. Mi llamada al biólogo responsable de áreas verdes en la delegación Benito Juárez no me alentó: “No tienen permiso de tala, ponga una denuncia en la Procuraduria de Delitos Ambientales”.

Estoy resignada perder al pino. Su muerte ocurrirá en cualquier momento, como la de todos, pero en este caso será planeada, ilegal e impune. No habrá una sanción, ni restitución de su follaje. Será un árbol más que se pierde en esta ciudad por decisiones de constructoras voraces, funcionarios ineptos y leyes muertas en hojas de papel de árboles también muertos, matados.

Pareciera que sólo podemos vivir a costa de otros, sobrevivir diría yo, pues qué clase de existencia llevamos en una urbe que se torna fría. gris, llena de cristales, focos, cables, tinacos, carente de aves, de verdor, de sensibilidad.

Lo que más me duele es que mis vecinos no echarán de menos al pino, tal vez ni noten su ausencia. Yo en cambio llevaré la mirada hacia donde estaba su sitio, y me parecerá oír a los pájaros que lo habitaban, ver a las ardillas que lo recorrían, y sentiré con ese viento de otoño, el crujido de las ramas que se mecían recordando un tiempo que, como tú, nos fue arrebatado.

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