Ayudémonos entre todos

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Hace un par de semanas en un parque cercano a mi casa donde compro las frutas y verduras, descubrí a un indigente a quien le falta una pierna de la rodilla hacia abajo. No debe tener más de 35 años, su aspecto indica que lleva muchos años en la calle pues su pelo luce apelmasado, tiene la cara tiznada y sus harapos sucios despiden un fuerte olor. Me impresionó mucho ver que se desplazaba dando saltos y que cargaba un costal que constantemente se le caía del hombro. “Hay que conseguirle unas muletas”, pensé. Pasé la voz con algunos conocidos por si tenían unas muletas que quisieran donar. Pasaron los días y hoy lo volví a ver en el mismo parque, donde coincidí con una activista por los derechos de los animales y acordamos organizar una colecta entre amigos y vecinos de la zona para comprarle unas muletas.
Compré un poco de fruta para él y cuando se la ofrecí me sorprendió que su respuesta fue “No gracias, ya desayuné y además cuando salga el sol se va a magullar”. Le insistí que estaba buena, que para más tarde, pero fue amable y la rechazó.

Recordé que frecuentemente donde ropa mía y de amigos que la juntan para ese fin, a un dispensario de la iglesia de la colonia. Fui a ese lugar y les pregunté si de casualidad no tendrían unas muletas para un indigente cojo y señalando un rincón de la habitación donde ordenan y exhiben la ropa, la voluntaria dijo “Llévate esas”.
Me puse muy contenta y como pude las subí conmigo a la bicicleta y emprendí el regreso al parque esperando que el hombre siguiera ahí. Estaba tumbado en el pasto y parecía dormitar. Un señor al verme con las muletas me dijo que en la zona a menudo se veía una persona coja, que si las iba a tirar tal vez le servirían, y volteó como buscándolo. Le conté que justamente eran para esa persona y que se las iba a dar. “Dios te va a dar mucho más”, me dijo. A lo que le respondí: “Ya me ha dado mucho, señor. Tengo mis piernas.” “Cierto, nosotros estamos completos”, dijo mientras se alejaba.

Le ofrecí las muletas, advirtiéndole que eran un poco bajas pero que quizá podían ayudarle a caminar mejor. Y no supe cómo reaccionar cuando me dijo nuevamente que no, porque cuando saliera el sol no las iba a poder maniobrar. “Hace tiempo se me dobló el pie y luego se me cayó, pero ahora ya lo siento con menos tensión”, dijo. Intenté convencerlo de que le facilitaría desplazarse, pero fue muy rotundo y amable en su rechazo. Me despedí de él y volví a montar las muletas en la bicicleta para devolverlas al dispensario, pensando que tal vez otra persona que también las necesite pueda buscarlas ahí.

En mi caso es inevitable hacer asociaciones entre las personas sin hogar y los animales que tampoco lo tienen: ambos pasan desapercibidos para la gran mayoría, y me atrevo a decir que un perro cojo en una zona residencial probablemente correría con mejor suerte que un indigente. Esto no es porque “los animalistas prefieren a los animales sobre las personas”, sino porque es mucho más fácil ayudar a un animal en apuros. En mi concepción este hombre necesitaba comida y muletas y cuándo le pregunté al final de nuestra breve conversación si lo podía ayudar en algo, me dijo “no señora, estoy bien, gracias”. Cuando recatamos animales es más evidente cómo ayudarlos. Hacer una cosa no exime de hacer la otra. Ayudar animales no está peleado con ayudar personas o viceversa.

Creo que la anécdota de este día es una muestra de cómo cuando te propones ayudar a alguien, sea de la especie que sea, muchas puertas se abren. Me habría gustado sentir que esas muletas harían la diferencia en el bienestar de un hombre desfavorecido por la fortuna, pero él no lo consideró así. Sin embargo, yo hice lo que estuvo en mis manos. Y eso es lo que todos podemos hacer por cualquiera: nuestro máximo esfuerzo, nuestra intención poderosa para cambiar una situación que nos parece injusta, el darnos un tiempo para ver al otro.

Nuestro mundo está lleno de personas que actúan de manera generosa y desinteresada y en la medida que no perdamos esa capacidad que puede ser tan humana, estaremos haciendo del entorno un lugar más habitable, más amoroso, compasivo y solidario.

indigente

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